MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Con más de 80 muertos en la cara, 20.000 desplazados, 4.000 niños desescolarizados y de frente a cualquier tipo de necesidades, decenas de secuestrados, 42.000 hectáreas de cultivos ilícitos, sin control sobre el territorio, con una crisis humanitaria, sanitaria y social que pesa sobre ciudades como Cúcuta y Ocaña, con una zona bajo el régimen de los grupos armados, claro que hay una conmoción interior. Estamos volviendo a la peor época de la violencia sin cuartel, de la desazón de seguir contando muertos y desplazados, de los dramas de quienes lo tienen que dejar todo para sobrevivir. De los enfrentamientos, los fusiles y las balas que no paran y solo aturden.
El tema es que “volvimos”, como si hubiéramos caminado de regreso. No es que la guerra nos sorprendiera, o nos alcanzará en el camino, es que dimos cada paso expreso y riguroso para reencontrarnos con ella. Abandonamos las regiones, silenciamos los reclamos de los lideres sociales, cedimos territorio, no ofrecimos oportunidades ni llenamos los vacíos institucionales, no combatimos a los grupos al margen de la ley y a cambio de eso les dimos carta abierta para operar y ejercer su poder.
Es tan así, que hoy la pelea por el control no es entre la Fuerza Pública y el ELN, sino entre el ELN y las disidencias de las Farc. La historia se resume en algo tan ridículo y vergonzoso como que las autoridades les solicitan a los violentos corredores humanitarios para ingresar. Casi como pidiendo permiso, ¡Esto se salió de las manos!
Lo peor de todo es que estábamos advertidos. El 15 de noviembre del año pasado la Defensoría del Pueblo lanzó una alerta explícita e inminente. El documento habla de la creciente conflictividad entre ELN, el EPL y las disidencias y anticipa “las graves afectaciones sobre las poblaciones de la subregión del Catatumbo”. Pero no fue solo ese papel ignorado, es que la realidad se contaba sola y se escribía con sangre: ni el ELN, ni las disidencias dieron verdaderas muestras de voluntad de paz en medio de las negociaciones. Aun así, el Gobierno entró en un eterno espiral negacionista que le impidió identificar sus propias víctimas.
Guardó silencio frente a los paros armados, silencio frente al reclutamiento de menores, silencio frente a los atentados contra militares, silencio frente al fusilamiento de policías, silencio frente a los ataques a infraestructura petrolera, silencio frente a los secuestros. Silencio que se volvió complicidad al mantener la puerta abierta para que cuando los violentos, bien lo dispusieran, retomaran las negociaciones bajo sus propias reglas y condiciones. Silencio, complicidad y, por si fuera poco, inacción; se necesitaron 80 muertos, 20.000 desplazados y toda una crisis de orden público para tomas decisiones.
Y el mutismo es de todas partes ¿Dónde están los que se desgarraban con el #NosEstánMatando cada vez que asesinaban a un líder social? ¿Dónde están los que con justicia alzaron la voz por los niños palestinos? ¿Dónde están las protestas o los conciertos para reclamar paz? Esa hipocresía importa menos, pero, también duele. En cambio, sí siguen enfrascados en la pelea espuria de poner y borrar grafitis para saciar sus pasiones ideológicas. Ojo, no perdamos el foco, hoy nos tiene que doler, importar e indignar tanto como dolió, importó e indignó antes.