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No nos podemos confundir. La calma que hoy sugieren algunos indicadores no es sinónimo de solidez. Parte del impulso reciente proviene de factores transitorios y de efectos globales -comercio adelantado e inversión tecnológica- que pueden revertirse con rapidez. La resiliencia existe, pero es parcial y frágil. El liderazgo debe evitar la complacencia y reconocer la desconexión entre señales de corto plazo y vulnerabilidades estructurales.
Aciertos sí, sostenibilidad, no. Hubo estabilización macro, reducción de la pobreza, avances ambientales y un sinceramiento gradual de combustibles. Sin embargo, el desorden fiscal, la inseguridad y la ruptura con el sector productivo neutralizan esos progresos y si no se corrigen las falencias, si no se cierra el agujero fiscal y se ahonda el distanciamiento con las empresas, los logros serán efímeros.
La macro respira, pero el crecimiento es frágil y desigual. El PIB avanza 2%-3%, jalonado por consumo de corto plazo y con brechas regionales y sectoriales. Las obras civiles y manufacturas siguen débiles, lo que compromete la continuidad del ciclo. Con un déficit alto y una caja estrecha, la falta de ancla fiscal eleva el riesgo y encarece el financiamiento.
En lo social, la pobreza disminuye, pero la desigualdad territorial y la informalidad -cerca de 55% entre mayo y julio de 2025- diluyen la mejora, la productividad continúa estancada y el recaudo insuficiente para sostener bienes públicos de calidad.
En ambiente hay señales positivas debido a que la deforestación amazónica cayó alrededor de 34% en 2024. Pero sin control territorial, la violencia y las economías ilegales impiden que ese logro se traduzca en inversión, empleo y bioeconomía local. La seguridad es condición habilitante de la sostenibilidad.
La transición energética avanza, pero sin puentes, las renovables e hidrógeno progresan, los eólicos van atrasados y con menos gas y petróleo de respaldo crece el riesgo de desabastecimiento, caen los ingresos y se aprietan Ecopetrol y la caja del Estado.
El turismo sufre de incertidumbre e inseguridad, la salud sigue en UCI, la política de seguridad es ambigua, en política exterior una postura reactiva con señales contradictorias enfría la IED y la innovación; sin reglas claras, el capital se va. La alta rotación de gabinete eleva costos e incertidumbre, rompe continuidad y frena proyectos.
El deterioro fiscal es el núcleo del riesgo. El déficit del Gobierno Nacional es 3,1% del PIB (mayo de 2025, récord); el déficit total ronda 7,5%, por encima de la meta de 7,1%. La regla fiscal está suspendida -señal de indisciplina que eleva el riesgo país-. La liquidez del Tesoro está al límite, con depósitos por $10,8 billones (julio de 2025, mínimo en cinco años). El recaudo del primer semestre de 2025 fue $148,9 billones, $10,7 billones por debajo de lo previsto. Hay riesgo para sostener subsidios y cumplir pagos del Estado.
Blindar las finanzas públicas, recuperar la seguridad y restablecer la confianza inversionista es imperativo, son las tres anclas para transformar una resiliencia frágil en crecimiento inclusivo y sostenido. Sin ellas, los aciertos se desvanecen y el país corre el riesgo de quedar con menos crecimiento, menos inversión y más desigualdad. Todavía estamos a tiempo, pero el reloj ya empezó a correr.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente