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Analistas 16/11/2021

En los zapatos de los más pobres

María Claudia Lacouture
Presidenta de AmCham Colombia y Aliadas

Estamos tan acostumbrados a ver a la pobreza como parte del día a día que su aumento en las estadísticas nos parece normal y ni siquiera pensamos en las angustias de quienes la padecen. Con la pandemia la situación empeoró y ahora tenemos más pobres y más frustración. Como sucedió con Alexandra, que de recibir una mensualidad como cantante de mariachi de salón ahora pasa largas jornadas en la calle para obtener $40.000 diarios cuando le va bien.

Basta detenerse en un semáforo: una madre pide caridad con su bebé en brazos, un anciano estira la mano, jóvenes prestos a limpiar vidrios, niños ofrecen dulces, bolsas, cualquier cosa, en procura de los pesos.

Basta con andar por las carreteras de Colombia: señoras asoman en las ventanas de sus casas de madera, infantes juegan con palos y cartones, adolescentes barren el piso de tierra pisada, jóvenes conversan. Todos sin prisa, sin esperanza.

¿Qué piensan? ¿Cómo nos ven? ¿Qué quieren? ¿Qué necesitan? Muchos apenas han probado alimento, ninguno va a la escuela, difícilmente tendrán planes diferentes a que llegue la noche, a que pase la semana.

Nos hemos habituado a su presencia sin cuestionarnos su situación personal, sin imaginar cómo viven, por qué sufren, pese a que todos los días leemos en la prensa sucesos descarnados, las autoridades presentan informes preocupantes y los políticos lanzan discursos elocuentes.

Vemos todo con cierta naturalidad. Es la vida, ¿qué le vamos a hacer? Estamos tan familiarizados con la pobreza -desde siempre y en todas partes- y los infortunados tan resignados con la premisa de que es lo que Dios quiere, que pasan las generaciones sin que haya un cambio real, limitados a los subsidios y a lamentar la injusticia.

Esas personas que conforman un contingente de 21 millones de colombianos que viven en la pobreza -la tercera parte en la miseria extrema- anidan los grandes problemas de la nación, porque de allí surgen la marginación, la ignorancia, la vulnerabilidad frente a los factores de violencia, el caldo de cultivo para el subdesarrollo, las razones por las que las brechas sociales se hacen vez más anchas y profundas.

Hace falta mayor empatía como sociedad, entender qué pasa por sus mentes, qué sueñan, qué esperan y qué los hace comportarse de alguna manera que para muchos resulta violenta, irrespetuosa, maleducada y fría. ¿Pero, quién se pregunta si han tenido oportunidad de educarse, si han sido respetados, si han sido maltratados, si han recibido afecto o valores?

Y no se trata apenas de un ejercicio de igualdad. Todos tememos derecho a la educación, a buscar un trabajo, pero los más pobres no pueden competir porque, antes que todo, necesitan subsistir. Colombia necesita equidad, que va mucho más allá de la posibilidad de que sus ciudadanos tengan un simple acceso. Requieren techo y comida seguros, trabajo digno, educación preferencial. Es un asunto que demanda una estrategia diferenciada, entender que los más humildes están tan cerca de la miseria que no logran ver un futuro ni sentirse parte de él.

Tenemos que sacudir a la sociedad, comenzar por cada uno de nosotros, interesarnos por lo que más les urge y actuar para ayudar; entender que esas personas pertenecen a una realidad común, dejar de verlas como manchas urbanas o residuos rurales y aceptarlas como una parte de nosotros mismos que debe cambiar.

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