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Con la caída brutal de los sectores minero y petrolero ocasionada por la disminución vertiginosa de los precios de las materias primas a nivel global, hay consenso en el país en que la economía debe diversificar su base productiva en sectores que, en la medida de lo posible, sean generadores de empleo. El evidente riesgo de la disminución del crecimiento económico del país podría reversar el proceso de crecimiento de la clase media y causar un inconformismo social peligroso en momentos en que el prestigio de las instituciones y la popularidad de sus representantes están en mínimos históricos.
La devaluación del peso colombiano que ha acompañado la caída de los precios del petróleo debe ayudar a los demás sectores productivos a surgir, tanto para sustitución de importaciones como para impulsar las exportaciones, siempre y cuando tengan un componente significativo de insumos y mano de obra nacional. Sin embargo, las ventajas que el aparato productivo colombiano recibe por esta vía se compensan en parte por el alto costo de la reconversión industrial necesaria debido a años de desinversión en activos y la necesidad de modernización de estos sectores.
Es así que el empresariado colombiano y todos los que aspiren a volverse empresarios deben lidiar con problemas diferentes a los de los últimos diez años. El problema que tuvo la industria de competir con una base de costos menos competitiva que la actual se muta hoy en la dificultad de conseguir fondos para invertir en la producción eficiente de productos y servicios. En este sentido se puede asumir fácilmente que las grandes empresas colombianas y en especial las multilatinas no tendrán mayores inconvenientes en fondear nuevas iniciativas productivas por su tamaño y acceso a los mercados de capitales. Sin embargo, en un país en el que la mayoría de empleo es generado por actividades informales, es preciso asegurarse que los emprendedores y los pequeños empresarios tengan acceso a los fondos necesarios y el conocimiento administrativo para migrar eficientemente la base productiva a nuevos sectores de la economía.
El inconveniente es que históricamente 95% de los nuevos emprendimientos fracasan antes de los cinco años, en gran parte porque los empresarios son personas hábiles en su oficio pero tienen dificultades para acceder al capital necesario y para darle a sus negocios una estructura administrativa y comercial que les permita hacerlos sostenibles. En otras palabras, el médico, el ingeniero, el artista, el diseñador o el técnico automotriz tienen muchas veces el conocimiento técnico para prestar sus servicios exitosamente en el mercado, pero pocas veces tienen la formación en administración de negocios para que produzcan suficiente dinero para fondear su crecimiento.
Interesante sería que tanto el Estado, por medio del Ministerio de Educación, el Sena y las universidades públicas, y las universidades privadas trabajaran conjuntamente con el fin incluir en el currículo de todas las carreras universitarias y técnicas una formación básica de negocios en mercadeo, finanzas, operaciones y dirección de personal con el fin de hacer del emprendimiento en Colombia una actividad más exitosa. Este tipo de iniciativas haría crecer la economía, beneficiaría el empleo y permitiría que los colombianos que con dificultad han accedido a la clase media en los últimos años no se vean castigados con un retorno a su condición económica inicial.