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Analistas 21/12/2015

El negocio de la paz

Marc Eichmann
Profesor MBA Universidad de los Andes
Analista LR
La República Más
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Nadie duda que es mejor vivir en paz que vivir en guerra. De un punto de vista humano, el desmonte de estructuras criminales organizadas que reclutan niños, secuestran, asesinan y generan zozobra es un paso hacia la humanidad moderna del filósofo Ken Wilber. Es la consecuencia lógica del respeto de los derechos humanos de la minoría rural maltratada por un grupo armado acostumbrado a atacar a los más desfavorecidos.

La paz debería tener como consecuencia lógica la atenuación del drama del desplazamiento interno en donde, según la ONU, Colombia ocupa el deshonroso segundo lugar después de Siria, con 5,3 millones de desplazados. Y debería devolverle al pueblo colombiano un poco de dignidad y de autoestima por no tener que ignorar la tragedia de muchos compatriotas destinados desde su temprana edad a una vida de desesperanza. La paz, independientemente de que los guerrilleros desmovilizados cumplan o no penas en la cárcel por la gigantesca empresa criminal que crearon, impide que se siga ampliando el círculo de odio y violencia que fue caldo de cultivo de muchos fenómenos como el paramilitarismo. ¡Quién puede no querer la paz!

Lo que no se entiende es por qué con el proceso de paz no se genera un flujo de caja positivo para la Nación, si con la paz se están alineando los objetivos de millones de colombianos, se están limitando los daños a la infraestructura y al medio ambiente y se está viabilizando para la actividad económica gran parte del territorio nacional. Cuando parte de la población que trabaja en contra del resto impidiéndoles subir su nivel de vida y generando zozobra decide alinearse para mejorar el futuro del país, no se entiende por qué se necesitan entre $12 billones y $20 billones para financiarla, aún más cuando las Farc son consideradas como uno de los grupos fuera de la ley mejor financiados del mundo, con una generación interna de utilidades de alrededor de $2 billones anuales, según Forbes.

Además, la historia ha demostrado que los posconflictos en los que los bandos se acogen sinceramente a vivir en paz generan alto crecimiento económico. La década después de la conferencia de Yalta, con la cual terminó la segunda guerra mundial, fue una de las de mayor crecimiento económico para el mundo. Con la paz se asume que todo el mundo termina empujando la carreta en la misma dirección generando bienestar.

Desgraciadamente, en el proceso de paz colombiano todo parece indicar que lo que impide que sea beneficioso económicamente para los colombianos afectados no es la paz, sino el proceso. Independientemente de los esfuerzos realizados en la Habana, el proceso termina siendo amañado, falto de transparencia y digno de revisión constitucional, lo cual genera muchos interrogantes sobre los beneficios que genera. La aprobación del congresito para evitar que la oposición participe activamente en el proceso de definición de la paz, la desnaturalización del plebiscito con un umbral ridículo y la recurrente manifestación por parte de las Farc de que no están dispuestos a entregar las armas ni el negocio, generan grandes dudas sobre los beneficios que traerá. 

Como colombiano no solo espero la paz, sino una paz duradera, para lo cual es necesario que el proceso de negociación sea transparente y no se convierta en una oportunidad para que los corruptos hagan su agosto de nuevo a costas de los sueños de los menos favorecidos.  Aún estamos a tiempo de no dilapidar esta oportunidad desde el diseño del proceso. 
 

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