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Analistas 14/10/2017

Mercado laboral criminal

Manfred Grautoff
Consultor de seguridad nacional
La República Más

Un grupo de hombres fuertemente armados se alistan para ver el partido de la selección Colombia frente a Venezuela. Se encuentran en algún lugar del departamento de Chocó, corredor estratégico empleado como ruta del narcotráfico. Mientras tanto, la Fuerza Tarea de la operación Agamenón II, se despliega sigilosamente, saben de la peligrosidad de los miembros del Clan del Golfo, que, para ese momento, ya han sido infiltrados por inteligencia de la Policía Nacional. Cuando suena el himno nacional que precede al partido, se desata el caos en el campamento de alias Gavilán, segundo al mando de esa organización. Cercados los cuatro puntos cardinales, no tienen posibilidad de salir bien librados, el Ejército aplica eficientemente tácticas de guerra asimétrica, mientras la Fuerza Aérea termina con la carrera criminal dando de baja a quien azoló los departamentos de Córdoba, Chocó y Antioquia. Entre las atroces actuaciones de Gavilán está el plan pistola para dar muerte a centenares de policías, así como dos estudiantes de biología de la Universidad de los Andes, que ordeno ejecutar al confundirlos con miembros de los servicios de inteligencia del Estado.

Esta historia, con diferentes protagonistas, se ha repetido en el país durante los últimos 25 años. Cada vez que se ataca la cúpula de una organización criminal, esta se fragmenta en diversas agrupaciones, surgiendo nuevos líderes. Existe una competencia criminal por acceder al poder, estimulando que la base delictiva innove métodos más letales en contra de la sociedad. Es decir, el mercado laboral criminal funciona de manera análoga al mercado legal, siguiendo patrones que los economistas Edward Lazear y Sherwin Rosen denominaron teoría del torneo. Esta explica por qué algunos líderes corporativos, en esencia los CEO, poseen salarios desproporcionados a pesar que su productividad es baja, en esencia, estos sirven como incentivo para que los empleados, motivados por acceder a los beneficios económicos y sociales que implican este cargo, promuevan invenciones que mejoran el proceso productivo de las empresas. Lo mismo sucede dentro del mundo delincuencial, por eso, atacar un blanco de alto valor es necesario, más no suficiente para desmantelar el crimen organizado. Se requiere simultáneamente destinar mayores recursos en neutralizar los mandos medios, obstaculizando el ingreso de nuevos miembros a la base piramidal.

Sin embargo, tras una ofensiva militar, los grupos ilegales ofrecen entregarse a cambio de un proceso de sometimiento, que tenga como garantía la benevolencia del Estado en relación al tipo de justicia que se les aplicara. Este comportamiento lo explica la teoría de los juegos, demostrando que cuando existen amenazas creíbles, la contraparte termina cediendo. El problema surge cuando el Estado, producto de su propio éxito, queda atrapado por grupos de presión que lo obligan a conceder beneficios que no debería proporcionar. De esta forma surgió una justicia débil, estimulando que organizaciones como el Clan del Golfo, debilitadas en su estructura delincuencial, se presenten como actores políticos ganando beneficios que jamás obtendrían confrontado a la Fuerza Pública. Situación que deriva en formación de maquinarias criminales, más peligrosas, estableciendo trampas de inseguridad ciudadana, producto de un sistema de justicia ineficiente ante la macro-criminalidad.

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