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Analistas 21/05/2025

¿Vaticano o viaticando?

Petro dice que no le gustan los arreos del poder. Se queja de la frialdad del Palacio de Nariño, y denuncia su decoración afrancesada. Dice despreciar los protocolos, como cuando asistió de guayabera al desfile del 20 de julio, y elude las ceremonias que no sean en la calle, con espadas de latón y sombreros vueltiaos.

Pero en esto, como en muchas otras cosas, el presidente es un hipócrita. No solo porque use zapatos Ferragamo, tenga una mansión en Chía, sus hijos asistan a colegios bilingües, pague (o le paguen) cuentas millonarias en los restaurantes de moda en París o Roma y tenga un estilo de vida de la misma élite que insulta todos los días.

El doble rasero presidencial se evidencia mejor en su abuso de los viajes presidenciales. Por mucho, ha sido el mandatario que más ha salido del país en periplos cada vez más insulsos e improvisados. Estos viajes son impresionantemente costosos e implican el desplazamiento de decenas y hasta de centenares de personas, la mayoría pagadas con el presupuesto nacional.

Sabemos por las infidencias del excanciller Álvaro Leyva que numerosos de estos viajes acabaron en sucesos bochornos, con el Presidente perdido haciendo quién sabe qué, quién sabe dónde. Para nuestra vergüenza nacional estas andanzas presidenciales fueron debidamente registradas por los organismos de inteligencia de los países anfitriones, como lo confirmó el mismo Leyva.

El problema principal, sin embargo, es no solo la inutilidad y costo de estos viajes, sino las oportunidades perdidas que implican. La improvisación con la cual se abordó el viaje a la China, sin empresarios, sin agenda, sin grandes anuncios (solo la “intención” de acceder a la Ruta de la Seda) nos puede poner en un camino de colisión con Trump sin que tengamos concretados los beneficios -que los hay y grandes- de asociarse con la segunda potencia económica del mundo.

De Beijing el circo petrista agarró para Roma, como si fuera un paseo en chiva rumbera. Decía un tuitero que esto no era viaje al Vaticano sino a viaticar. Allí saludó al nuevo Papa y anunció que la Santa Sede sería el lugar para conducir los diálogos con el ELN, diálogos que por demás no existen sino en la imaginación del presidente. A la fecha de escribir esta columna no sabemos si el Presidente está de regreso o no.

La banalidad con la cual Petro ha conducido los asuntos de Estado durante su mandato es especialmente evidente en el manejo de las relaciones internacionales. La política exterior pasa actualmente por las manos de una persona con ninguna experiencia en la materia, que además cada vez está más lejana del Presidente y más cercana a los estrados judiciales.

Las diatribas ambientalistas de Petro, que tanto le gustan a los eco-fanáticos, ya poco resuenan, mientras que los colombianos nos quedamos sin visas, nuestros productos son gravados con aranceles, las fronteras son cada vez más porosas y estamos ad-portas de una descertificación por parte de los Estados Unidos. El frente internacional será otro de aquellos en los cuales el deterioro institucional de estos últimos años nos pasará la factura.

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