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Dicen que el nom de guerre que Petro escogió para sí mismo cuando estaba en la guerrilla era “comandante Aureliano”. Como Aureliano Buendía, el fracasado coronel que luchó en 32 guerras civiles y quien acabó muriendo al lado de un castaño consumido por la soledad y la melancolía después de perderlas todas.
También se ha dicho que Petro emula a Gaitán. El líder liberal que fracasó como Alcalde de Bogotá, Ministro de educación, ministro de Trabajo y candidato presidencial. Hubiera sido presidente en 1950, si no muere asesinado, y nos quedamos sin saber cómo hubiera sido su mandato, que, de pronto, hubiera sido otro fracaso más.
Otro de los modelos a seguir es Allende, quien falló en grande. Destruyó la economía chilena y generó tal división en su sociedad que hubiera sobrevenido una guerra civil quizás más sangrienta que la dictadura que lo reemplazó. Allende se suicidó cuando los militares asaltaron La Moneda pudiendo haber salido con vida al exilio, como se lo ofreció Pinochet. Prefirió martirizarse con la esperanza de que su causa continuara viva.
Petro no se inspira en líderes exitosos sino en los fracasos heroicos de la realidad o la ficción. Lo de él no son los Churchill o los Roosevelt, ni siquiera los Mandelas o los Mujicas. Al presidente colombiano lo domina la pulsión de muerte, que es, según Freud, la que impulsa a los seres humanos a la destrucción.
“Me matarás, pero sobreviviré en mi pueblo”, le dijo a Trump en el célebre trino en el que responde a las retaliaciones gringas. El gobierno de los Estados Unidos no tiene ninguna intención de asesinar al presidente colombiano, pero uno sospecha que Petro, en el fondo de su corazón, quisiera que fuera así. Esto le daría la posibilidad de victimizarse eternamente. De morir sacrificado para que su causa viva por los siglos de los siglos, como la de sus héroes trágicos. Solo así podrá evadir su legado, que es el de la devastación.
Al escribir esta columna faltan 552 días para que se acabe el mandato petrista. Hasta ahora, la oposición ha hecho la tarea. Se han dilatado los actos más dañinos del Gobierno como la reforma a la salud o el desmonte de las alianzas público-privadas en servicios públicos e infraestructura. Ante esto el Gobierno ha optado por el chú-chú-chú y el abuso de su facultad reglamentaria. Con esta maniobra quiere meter el reordenamiento territorial por la puerta de atrás y quebrar las APP. La batalla será jurídica y la contención se deberá trasladar a las cortes.
Pero esto no será suficiente. La oposición debe ser propositiva si quiere triunfar en 2026. La gente no vive de izquierda, centro o derecha. Vive si tiene trabajo, seguridad y si la dejan tener oportunidades con menos impuestos y trabas burocráticas. Es un error creer que la gente quiere regresar a un pasado idílico cuando la ansiedad de cambio persiste. Como lo es también crear falsas dicotomías basadas en “ismos” que no existen. En esta etapa que viene de la carrera electoral no basta con señalar las cosas malas que están haciendo sino contar las cosas buenas que vendrán cuando se vayan.