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Analistas 04/09/2018

El adiós a Unasur

Luis Fernando Vargas-Alzate
Profesor titular de la Universidad Eafit
LUIS-FERNANDO-VARGAS

A pesar de las diversas críticas que ha generado la decisión gubernamental de excluir a Colombia del grupo de países que hacen parte de Unasur, a través de la denuncia del Tratado Constitutivo, la realidad es que se trata de una disposición que podría ser, incluso tardía.

Desde que nació, Unasur ha sido una organización que en sí misma ha hecho todo por entorpecer el diálogo regional, fundamentalmente desde la tácita división entre sociedades simpatizantes del socialismo y las que han permanecido afiliadas a las prácticas del libre mercado.

Adicional a ello, son varias las razones que sustentan la validez del retiro del país de la iniciativa política que tiene sus orígenes en 2004, con la concreción de la Comunidad Suramericana de Naciones, pero entre las más destacadas está su inoperancia y evidente fracaso en relación con la integración política suramericana que, por extensión, involucra el incumplimiento de las metas ligadas con la cooperación y el desarrollo de las 12 naciones suramericanas independientes.

Aunque hoy la decepción más notoria se relacione con las acciones para tratar el tema venezolano, en realidad el proyecto integrador ha pasado por diversos episodios en los que ha constatado su pasivo rol frente a las situaciones conflictivas en las que se ha visto involucrada la región. A lo que debe agregarse que no ha sido activa en el logro de sus objetivos; fundamentalmente, porque en su estructura cuenta con 12 Estados de una amplia diversidad política (Colombia aún permanece al interior, dada la normatividad que le exige un tiempo de seis meses posterior a la denuncia del Tratado Constitutivo).

Puede decirse, por tanto, que desde su inicio la organización estuvo condenada al fracaso. Se quiso forzar las políticas domésticas de algunos de los Estados participantes para complacer el deseo reaccionario de varios líderes regionales.

Por lo menos en la práctica (que difiere en alguna medida de lo escrito en el tratado que le dio origen), en reiteradas oportunidades se acusó a Colombia de ser un país que mantenía orientaciones contrarias a lo que el denominado “socialismo del siglo XXI” demandaba, convirtiéndose así en un actor molesto.

De acuerdo con la lógica mediante la cual fue creada la Unasur, es apenas comprensible que al entrar en crisis el citado socialismo, suceda lo mismo con la iniciativa. Al punto que desde 2016 se encuentra sin líder (Secretario General), está próxima a quedar sin sede (puesto que el presidente Lenin Moreno ha reclamado el edificio, que considera más importante a la creación de una universidad indígena), y además de Colombia, también Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Perú han expresado su deseo de aislarse de un proyecto que poco les aporta.

El Gobierno Nacional, desde el sitio oficial de la Cancillería, defendió la idea de que Unasur se consideraba relevante al país porque tal mecanismo ofrecía una importante posibilidad para “avanzar en el diálogo político y concertación en temas de interés común para todos los Estados Miembros”.

Sin embargo, tal mensaje se hizo cada vez más vacío y retórico, puesto que el diálogo y la concertación entre gobiernos tan diferentes, no solo en sus objetivos, sino además en su manera de administrar, resultó inviable.

Los principios y los valores que defienden algunos gobiernos, se contradicen con los de otros de una manera bastante radical, lo que al final los torna irreconciliables.

Para considerar, por ejemplo, la demanda directa que hace el organismo de alejarse de la interacción que varios de los gobiernos latinoamericanos han tenido, por tradición, con Estados Unidos y Canadá, en el marco de la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Esto para Colombia, por ejemplo, no es negociable. El diálogo con Washington es un imperativo de la política exterior del país (sin importar su alta, media o baja intensidad). Con todo esto, es claro que se acierta al alejarse de Unasur.

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