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Analistas 30/07/2019

Las reglas en democracia

Luis Felipe Gómez Restrepo
Profesor Universidad Javeriana Cali

Desde el siglo XIX hasta nuestros días, la sociedad occidental ha logrado un consenso en torno a la idea de “democracia”, recogiendo el principio de la soberanía popular de los griegos, los principios de separación y equilibro de poderes de la república romana y las ideas de libertad y dignidad de los pensadores liberales. Desde entonces, la democracia ha adquirido muchas formas y matices, pero requiere también de unos principios básicos como el respeto a las reglas de la discusión política y a la voluntad del pueblo expresada en el escenario electoral.

El respeto a las reglas del juego en los espacios de discusión política es fundamental, porque de ello depende la confianza en los procesos de deliberación y decisión. Efectivamente, los sistemas democráticos requieren de esos consensos para poder operar normalmente, los cuales están compuestos por las reglas de trámite, los reglamentos y los protocolos. Pues bien, uno de ellos que se ha ido inaugurando en el país es el de garantías para la oposición, que en el fondo es una garantía para las minorías. Por lo que una “jugadita”, para boicotear el derecho de réplica de la oposición, como lo hizo el saliente presidente del Senado, no es algo menor, pues implica atentar contra el espíritu de los bienes tutelados por el estatuto de la oposición.

El pensador Erick Weil hace una reflexión sobre cómo buscar abrir rumbo a la razón sobre la violencia, pues bien, uno de sus puntos de partida es la importancia de las reglas para el diálogo y su observancia. En efecto, uno de los escenarios de diálogo social en democracia es por excelencia el Congreso, donde están representados los distintos matices políticos de la sociedad. Las reglas de juego hay que respetarlas, pues son muy importantes, aunque sean solamente la condición que permita el diálogo. Pues sin ellas se mina la confianza que debe existir para que se del intercambio de ideas.

Si bien tiene razón el Presidente Duque al decir que su informe sobre estado de la Nación, que presentó ante el legislativo el pasado 20 de julio, quedó opacado por la “jugadita” del entonces presidente de Congreso, no es bueno que se considere como menor tal conducta. Esa relativización del primer mandatario no es lo más pedagógico en términos de construir ciudadanía y democracia, ni para asegurar el establecimiento de relaciones pulcras y limpias en la política.

Ya la Procuraduría General de la Nación ordenó indagación sobre el punto. Y es bueno que se haga. Y que se sancione como parece merecerse tal conducta. La Procuraduría debe velar porque en democracia el juego sea limpio. Máxime cuando concierne a las principales cabezas de las corporaciones públicas. No se trata de un personaje menor, ni de un foro secundario. Se trata de un conducta deliberada e inapropiada de un presidente del Senado y en la sesión conjunta de las dos cámaras, el Congreso en pleno. Que se abra una investigación disciplinaria es sano, pues se envía un mensaje claro al resto de funcionarios públicos en el sentido de que las normas de garantía de la oposición se cumplen, y que ellos están para hacerlas cumplir y no para hacer jugaditas… Y que, si no las respetan, serán sancionados. Importante que la Procuraduría, en esta época preelectoral por los comicios regiones, esté alerta y mande señales claras y contundentes. El estatuto de la oposición hay que defenderlo, los totalitarismos son el principal peligro para las democracias.

No olvidemos que lo democrático son las sociedades y no únicamente los sistemas de gobierno. Conductas como la “jugadita” nos siguen hablando de una sociedad excluyente, donde no se respetan ni la voz ni los derechos de las minorías y quienes tienen el poder abusan de él. Si la democracia es el mejor invento de las sociedades para combatir la violencia, su corrupción es, lamentablemente, y constituye el mejor camino para perpetuar ciclos de violencia. Ya lo decían los latinos: corruptio optimi pessima.

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