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Analistas 16/07/2022

Una pregunta para todos los días

José Leonardo Valencia
Rector de la Fundación Universitaria del Área Andina

Últimamente, he estado reflexionando sobre un concepto que usamos constantemente, pero no siempre, con suficiente detenimiento: la motivación. Lo primero que salta a la vista es lo frecuente que está en nuestro día a día, por no decir en cada cosa que hacemos. Se trata de la misma fuerza que nos permite hacer cosas que van desde levantar la mano para pedir la palabra, hacer una declaración de amor, pedir perdón y hasta despertarnos temprano durante meses para entrenar y prepararnos para una maratón.

Hace pocos días, vi una charla de Michael Sandel, el reconocido filósofo estadounidense y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard, que escribió el libro ‘Lo que el dinero no puede comprar’. En el evento, Sandel contó el caso de una escuela en Dallas, Texas. Allí se diseñó un plan para que los estudiantes leyeran más. La idea era pagarle a cada uno de ellos dos dólares por libro que terminaran para aumentar los índices de lectura en la escuela. Efectivamente, esto sucedió, pero también ocurrió algo más. Varios de los estudiantes empezaron a leer libros más cortos. Lo importante a notar en este ejemplo que traigo es que nos demuestra que la motivación es algo más complejo de lo que puede parecer a primera vista.

De hecho, cada vez que los expertos estudian la motivación, aclaran que es necesario establecer diferencias entre las motivaciones externas y las internas. Las externas son aquellas que dependen de una recompensa o un castigo como lo son la fama, el dinero, el poder o acatar las leyes. Este es precisamente el tipo de motivación que se incentivó en la escuela de Dallas. A grandes rasgos, el plan funcionó, pero en el camino se perdió algo muy valioso. Para los estudiantes, la lectura dejó de tener un valor intrínseco y pasó a ser tan solo una transacción monetaria. No es difícil pensar en situaciones parecidas a este. Por ejemplo, ¿qué hijo no ha tendido la cama por miedo a un regaño?, o ¿quién no ha hecho cosas que van en contra de sus propios intereses y voluntad para agradar a otros?

A lo que quiero llegar con esto es a que no podemos quedarnos en la superficie cuando pensamos en la motivación. No en vano, como lo demuestran los ejemplos anteriores, podemos toparnos con motivaciones que no contribuyen a nuestra búsqueda de ser mejores día a día, de aprender, de crecer como seres humanos y construir nuestra propia versión de la felicidad.

Es aquí donde puede ser muy provechoso pensar en el segundo tipo de motivaciones, las internas. Si bien son más difíciles de explicar que las motivaciones externas, no por eso son menos importantes. Lo que pasa es que solemos olvidarlas, como sucedió en el caso que Sandel compartía. Las motivaciones internas son aquellas que consisten en el amor mismo por las cosas. Por ejemplo, ayudar a alguien por altruismo, y no esperando algo a cambio; practicar algún deporte porque se disfruta al hacerlo o dedicar horas enteras de la noche a leer con pasión a alguno de nuestros autores favoritos, incluso cuando podamos perder algunas horas de sueño. Es precisamente esto lo que pasó en el caso de los estudiantes en Dallas, donde se perdió esa conexión con nuestros valores esenciales que nos invita a explorar la mejor versión de nosotros mismos.

Por eso, la motivación no solo es una fuerza para alcanzar nuestros objetivos. Si queremos que contribuya a nuestra felicidad, debe nacer de nuestra búsqueda por un sentido de vida propio, de sentir que lo que hacemos tiene un verdadero valor.

Si no fuera así, la humanidad no contaría con muchos de sus logros más loables. Basta con pensar en aquellas personas cuyo sentido de vida es el cuidado y el cariño por los demás. Es decir, los profesionales de la salud, los trabajadores sociales y los psicólogos. Todos ellos, con frecuencia, dejan de lado su comodidad para trabajar por el bienestar de otros. También, están los artistas, bailarines y músicos del mundo que se han encargado de sacrificar horas de su vida para perfeccionar su técnica en la búsqueda de un ideal mayor, de ahondar en los rincones más profundos de nuestra experiencia como seres humanos. Estos son tan solo algunos ejemplos, pero estoy convencido de que cualquier profesión u oficio, en el fondo, también contribuye a nuestro crecimiento como sociedad.

Por eso, cada vez que pensemos en qué vamos a estudiar, en qué queremos trabajar, de qué manera queremos vivir, e incluso, tan solo, qué queremos hacer en un día libre, vale la pena detenernos a pensar cuál es la motivación que tenemos, si es la adecuada y cuestionándonos para qué lo queremos hacer. Estoy seguro de que, si nos tomamos unos segundos, no solo seremos más exitosos, individual y colectivamente, también seremos más felices y estaremos viviendo por las razones correctas.

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