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Analistas 24/03/2023

Dopamina: ¿placer o felicidad?

José Leonardo Valencia
Rector de la Fundación Universitaria del Área Andina

¿Cómo es posible que de una molécula dependa buena parte de nuestro comportamiento? Nuestros instintos más profundos: el amor, el deseo, nuestra ideología política y en esta misma vía nuestras obsesiones son producto de una reacción química en nuestro cerebro. ¿El responsable? Unfelici neurotransmisor llamado dopamina.

Esta molécula, en pocas palabras, es un sistema de recompensa que tiene nuestro organismo para liberar dosis de placer cuando alcanzamos una meta, vivimos algo que esperábamos o simplemente hacemos lo que nos gusta. Y es la búsqueda de estas micro porciones de felicidad las que terminan motivando la mayoría de nuestras acciones.

En el libro Dopamina, escrito por Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long, se explica detalladamente el poder de esta sustancia química que termina condicionando nuestra naturaleza. Los autores describen cómo situaciones que creíamos completamente al azar, coincidencias o destino -enamorarnos, por ejemplo- fueron elecciones del subconsciente guiadas con el único fin de producir esta sustancia que nos regala, mientras dura en nuestro sistema, una sensación de satisfacción.

Pero la dopamina tiene letra pequeña. Al ser un estimulante, puede motivar el progreso y la superación personal, como también las adicciones y el riesgo peligroso. Su propósito, a fin de cuentas, es conseguir cualquier cosa que por su novedad sea atractiva y entretenga a la mente en el plan para lograrlo. Y así como puede ser positiva, otras veces puede desencadenar consecuencias no tan buenas.

Apostar ciegamente dinero al azar por la probabilidad de ganar o arriesgar un matrimonio de años por una aventura amorosa son decisiones motivadas por esta molécula en su afán de obtener esta recompensa inmediata, pero que a la larga puede no construir una plenitud duradera.

De ahí la importancia de comprender el funcionamiento de nuestra cabeza. Cuando conocemos a qué responden nuestros impulsos nos es más fácil controlarlos, o mejor, encauzarlos para alcanzar las metas de nuestro proyecto de vida. Entender los estímulos del placer como un medio para un fin más grande, que es la felicidad en sí misma, es el deber ser.

Una molécula, al final, puede influir en nuestro comportamiento pero no determina nuestro bienestar, en la connotación perdurable de la palabra. La búsqueda de la felicidad requiere de conciencia, trabajo y direccionamiento personal hacia las acciones que nos dignifican. Sólo así se logra vencer esa dinámica de estímulo recompensa que tiene un efecto fugaz y se traza el camino hacia una tranquilidad y estabilidad emocional constante en nuestra vida.

El pasado 20 de marzo fue el Día Internacional de la Felicidad y quise sumarme al tema con esta reflexión para comprender desde otro punto de vista nuestras emociones y salud mental. Ahora sabemos que ser felices depende de múltiples factores, incluyendo las reacciones involuntarias de nuestra mente a determinados incentivos, pero siendo nuestra determinación la pieza más importante de este engranaje que nos encamina hacia la plenitud.

También, como moraleja, identificar la diferencia entre placer y felicidad nos puede ayudar a alejarnos de ese círculo vicioso vacío de la recompensa inmediata y apostarle todo a las acciones que nos construyen como seres humanos. La satisfacción y la paz consigo mismo que trae el actuar bien nos durará hasta nuestro último día e incluso trascenderán más allá, en el recuerdo de las personas que logramos impactar.

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