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Analistas 28/07/2022

Transición ingenua

José Ignacio López
Presidente del Centro de Estudios Económicos Anif

En la crisis de la deuda en Europa, en 2011, la mayoría de los analistas y economistas alemanes fueron particularmente críticos de la mala política económica de los países mediterráneos, sumidos en una difícil crisis a cuenta de sus desbalances fiscales. 10 años más tarde, las miradas inquisitivas van en la dirección contraria. Buena parte de la periferia europea ve con asombroso el desequilibrio energético de Alemania, que no solo ha impedido una respuesta más contundente frente a la invasión rusa a Ucrania, sino que también tienen en ciernes las perspectivas económicas de todo el continente. Varios economistas alemanes, frente a la gravedad de la situación, han transitado de su modo natural de crítica a uno excepcional de autocrítica.

Durante la última década, la política energética alemana estuvo marcada por una ambiciosa agenda de transición energética, que llevó a dicho país a desmantelar buena parte de su capacidad nuclear, de una postura dogmática frente a la posibilidad del uso de tecnología no convencional en la explotación de hidrocarburos, y una promesa incumplida de una expansión de energía renovable. Las motivaciones fueron siempre loables, pero una acelerada transición energética llevó al país teutón a una excesiva dependencia del gas importado de Rusia, que ahora responde por 55% del consumo doméstico.

El desbalance energético alemán generó una respuesta tímida y tardía frente al conflicto en Ucrania, pero no impidió un acuerdo a nivel europeo para buscar una reducción en la exposición al gas proveniente de Rusia. A comienzos de mayo, y después de varias largas semanas de discusiones, las autoridades alemanas le dieron el visto bueno a la política de reducción de importaciones de gas ruso para fin de año a nivel europeo.

En las últimas semanas, el flujo hacia Europa a través del gasoducto Nord Stream 1, que conecta a Rusia con Alemania vía el mar báltico, se redujo 40% por supuestos problemas técnicos. Rusia movió sus fichas primero, como prólogo del dolor económico que podría imponer en el resto del continente con una interrupción del suministro durante el invierno que se aproxima.

El precio del gas en Europa se ha disparado más de 60%, cruzando el umbral de los 200 euros por megavatio-hora, unas 12 veces el precio en Colombia. Las alertas están todas en roja en materia del efecto adverso que este aumento tendrá en la economía europea. Irónicamente, Alemania ha tenido que recurrir al uso intensivo del carbón, buscando mitigar el faltante de gas. La transición energética iniciada con metas inspiradoras en Alemania tiene por ahora un balance amargo, no solo porque ha llevado a la búsqueda afanada de fuentes energéticas más contaminantes, sino porque ha mostrado el frágil equilibrio entre reducción de emisiones a nivel doméstico y seguridad energética. Muchos países han tomado nota.

La transición energética es una obligación ética e impostergable, pero no puede concebirse solo desde las buenas intenciones; es tan importante que no puede quedar solo en manos de ambientalistas activistas. Este esfuerzo, para que sea exitoso, debe ser colectivo, guiado por la ciencia y realista.

La experiencia alemana debe informar la discusión en nuestro país. El mandato del nuevo gobierno en materia ambiental es bienvenido. Pero que las buenas intenciones, no nos lleven a tomar medidas apresuradas o ingenuas.

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