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Las cifras más recientes del mercado laboral colombiano ofrecen un balance que, a primera vista, resulta alentador. La tasa de desempleo desestacionalizada se mantuvo en 9% en julio de 2025, completando 11 meses en un solo dígito. Se trata del mejor desempeño para un séptimo mes desde 2001, con una reducción promedio de 1,4 puntos porcentuales frente al año pasado. En paralelo, la ocupación creció 3,7% en lo corrido del año, lo que equivale a más de 830.000 nuevos empleos, una cifra muy superior a los registros históricos prepandemia.
Sin embargo, conviene leer estos resultados con matices. La fuerza laboral se expandió con una intensidad inusual: cerca de 520.000 personas adicionales se sumaron al mercado, casi el doble del promedio de la década previa. Este crecimiento plantea un reto de sostenibilidad: mantener la capacidad de absorción en un contexto de bajo crecimiento económico. Recordemos que el PIB apenas avanzó 2,7% en el primer trimestre y 2,1% en el segundo, muy por debajo del dinamismo del empleo. La aparente desconexión entre actividad productiva y generación de puestos de trabajo exige cautela: si la economía no acelera, será difícil sostener esta bonanza laboral.
La composición sectorial también merece atención. Comercio, transporte y alojamiento explicaron 46% del empleo creado en lo corrido del año, mientras ramas de mayor productividad, como comunicaciones o actividades financieras, registraron caídas. A nivel regional, cuatro departamentos -Cundinamarca, Antioquia, Valle del Cauca y Tolima- concentraron 56% de los nuevos puestos. Esta concentración geográfica y sectorial revela que la recuperación no es homogénea y que persisten rezagos en varias zonas y sectores estratégicos.
Otro aspecto clave es la informalidad. Aunque buena parte del empleo fue generado por trabajadores por cuenta propia, la tasa de informalidad ha mostrado un descenso, pasando de 89% en 2020 a 84% en 2025. El dato más llamativo está en el sector agrícola: pese a ser tradicionalmente uno de los más rezagados, logró aportar 77.000 empleos formales en lo corrido del año, gracias a dinámicas más favorables en actividades como los cultivos de flores y palma de aceite. No obstante, aún persisten tasas alarmantes en ramas como la construcción (66,5%), el alojamiento (78,4%) y la agricultura misma (84,6%), lo que refleja que la calidad del empleo sigue siendo un desafío estructural.
La reducción de la informalidad en empresas medianas y grandes es una buena noticia, pero el panorama cambia en micronegocios de subsistencia: allí la informalidad repuntó levemente, en línea con la fragilidad de los emprendimientos más pequeños, que suelen carecer de productividad, capital y capacidad de cumplir con la seguridad social.
En resumen, el mercado laboral atraviesa un buen momento, con más ocupados, menos desempleados y una ligera reducción de la informalidad. Pero este cuadro optimista descansa sobre bases frágiles: el bajo crecimiento económico, los riesgos fiscales y el encarecimiento del crédito, por cuenta de una prima de riesgo país más alta, podrían revertir rápidamente la tendencia. La historia reciente demuestra que no basta con generar empleo; es indispensable que este sea formal, productivo y sostenible. Solo así el país podrá convertir este mejor momento del mercado laboral en un verdadero motor de progreso económico y social.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente