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Analistas 01/12/2023

Las escuelas de pensamiento

Jose Antonio Ocampo

Durante mi época en la Universidad de los Andes comencé a ser reconocido como un economista heterodoxo que combinaba las visiones tradicionales del pensamiento latinoamericano de la Cepal con las del análisis poskeynesiano.

La primera de estas visiones viene de la Cepal, pero reformada. En la terminología sobre las escuelas de pensamiento económico, a la escuela tradicional se le llama el estructuralismo latinoamericano. Nosotros vinimos a conformar el neoestructuralismo, una visión más moderna que ayudé a armar con varios otros colegas bajo el liderazgo de Osvaldo Sunkel, gran pensador de épocas tempranas de la Cepal. Un elemento esencial es el análisis macroeconómico, que fue un elemento casi ausente en la escuela cepalina tradicional. Los neoestructuralistas sí resaltamos el papel esencial de la dinámica macroeconómica. Agregamos además una visión de desarrollo productivo para economías abiertas.

La otra es la escuela poskeynesiana, que le da un papel muy importante a la capacidad de la política fiscal y monetaria de servir para manejar la economía, en particular para evitar los ciclos económicos muy fuertes, auges y crisis. Esto se conoce en la actualidad como la visión contracíclica que surgió del pensamiento de Keynes. Aparte de esto, esta escuela resalta que el papel fundamental en la dinámica del crecimiento lo tiene, no el ahorro, sino la inversión y su capacidad de generar cambio tecnológico, una visión que contrasta con la de las escuelas más tradicionales de crecimiento económico, los cuales utilizan como base los modelos neoclásicos. En la dinámica de los determinantes del crecimiento no acepta, además, que hay una tendencia al pleno empleo y que la distribución del ingreso, especialmente entre ingresos de capital y del trabajo, juega también un papel importante.

Usted es de los pocos colombianos que ha leído los tres tomos de El Capital. En mi caso reposan en mi biblioteca, pero eso no alcanza.

Durante mis años de estudiante universitario y en mi primera época como profesor de la Universidad de los Andes estuve muy inmerso en los debates teóricos clásicos en economía, en los cuales Karl Marx y el marxismo jugaron un papel importante. De hecho, uno de mis primeros cursos en la Universidad fue el de Doctrinas Económicas, que era una historia del pensamiento económico, y en la cual me concentraba en algunos grandes pensadores, entre ellos Marx.

En todo caso no soy marxista, ni me he considerado uno, ni en mi juventud ni ahora, pero leí extensamente a Marx, entre otras los tres tomos de El Capital, y posteriormente haberlo enseñado me produce satisfacción.

También leí con gran interés la Acumulación de Capital de Rosa Luxemburgo, marxista alemana. De hecho, un día estaba en Berlín frente a un caño donde me dijeron la habían matado y lanzado. En los Estados Unidos fueron muy famosos los marxistas Paul Baran y Paul Sweezy, a quienes también leí con mucho interés, especialmente los intentos de entender el mundo en desarrollo del primero de ellos.

Poco leí a Lenin, pero sí su opúsculo sobre el imperialismo que tiene precedente en el importante libro de Rudolf Hilferding sobre el capital financiero, una obra importante que también leí. Resaltaba, como lo hizo Lenin, que el capitalismo mundial estaba experimentando cambios sustanciales desde fines del siglo XIX con el surgimiento del capital financiero.

¿Ha vivido confrontaciones ideológicas fuertes con sus contradictores?

Muchos de los economistas que han diferido de mis puntos de vista han sido cálidos conmigo, y tuve y aún mantengo relación con gran número de ellos. Francisco Ortega, quien era muy conservador, me tomó como uno de los jóvenes que había que promover y me apoyó de todas las maneras posibles.

Recuerdo que en el primer seminario en el cual participé como profesor de la Universidad de los Andes fui comentarista de Miguel Urrutia, y lo critiqué fuertemente siguiendo esa corriente norteamericana a la que estaba acostumbrado. Después reconocí que me había excedido. Con Miguel siempre hemos mantenido magníficas relaciones en todas las ocasiones en que trabajamos juntos. De hecho, él era gerente del Banco de la República cuando yo fui ministro de Hacienda por primera vez. Además, Miguel fue quien más temprano estudió, con el economista canadiense Albert Berry, los temas distributivos. Además, recuerdo la celebración de los sesenta años de Planeación Nacional, en la cual tuvimos visiones muy similares, resaltando que el principal problema de Colombia era la desigualdad.

También mantuve maravillosas relaciones con Roberto Junguito y las tuve con Mauricio Carrizosa, uno de los (pocos) Chicago Boys colombianos, cuando éramos colegas en los Andes y con posterioridad cuando él era un analista muy importante de la coyuntura económica. El primero falleció y con el segundo no he tenido mucho contacto desde que vive en el exterior.

Curiosamente hubo controversias fuentes entre marxistas, en mi época temprana, por ejemplo, entre Jesús Antonio Bejarano y Salomón Kalmanovitz, ambos profesores de la Nacional. Con los años me hice muy amigo de Chucho Bejarano hasta que lo asesinaron vilmente en la Universidad.

Por el contrario, mis relaciones tempranas con Salomón fueron distantes. Él era entonces el gran seguidor, entre los economistas colombianos, de Leon Trosky, y dejó obras importantes de análisis histórico en tal sentido. Con el tiempo he armado una excelente relación con Salomón, a quien le tengo un gran aprecio, y curiosamente pienso que algunas de sus mejores obras son de la época en que era trotskista.

Obra intelectual

Usted es un autor ampliamente citado en historia y el economista colombiano más prolífico.

Mi mayor orgullo profesional son mis publicaciones, tanto en historia económica como en economía. Mis estimaciones indican que soy autor o editor de cerca de setenta libros, coordinador de más de veinte informes institucionales y autor de más de cuatrocientos cincuenta artículos académicos. La obra es producto de mis años de vida académica, pero también de mis períodos de servicio público nacional e internacional, durante los cuales he tratado de mantener parcialmente mi producción intelectual. Además, la experiencia pública ha enriquecido también mi obra académica. Como lo he dicho ampliamente, una de sus características es la combinación de historia económica con economía, la cual refleja la influencia de mi padre intelectual, Carlos Díaz Alejandro.

¿Cómo se puede clasificar su obra académica?

Como lo señalé en otro capítulo, podemos decir que cubre fundamentalmente tres áreas. La primera es la historia económica, con la cual inicié mi vida académica y he seguido siendo muy activo, agregando a mis escritos iniciales sobre Colombia análisis de temas latinoamericanos e incluso en unos pocos casos mundiales. La segunda es sobre desarrollo y política económica y social, los cuales cubre aportes teóricos, así como análisis de temas de política económica y social de Colombia, América Latina y el mundo en desarrollo. La tercera son los libros sobre la institucionalidad económica internacional.

¿Tiene libros preferidos?

Uno tiene obviamente libros preferidos, lo cual será evidente en las próximas hojas.

Estoy muy agradecido con los múltiples coautores y coeditores, tanto colombianos como internacionales, al grueso de los cuales me he referido ya. Además, como lo he dicho, una de las cosas que me encanta como profesor es publicar conjuntamente con quienes han sido mis estudiantes y asistentes de investigación. También lo estoy con todas las editoriales que han publicado mis obras, en particular a nivel internacional con el Fondo de Cultura Económica, tanto en México como en Bogotá, Siglo XXI y las editoriales de las Universidades de Columbia y Oxford. En Colombia agradezco a dos entidades con las cuales he trabajado que han publicado libros míos, la Universidad de los Andes y Fedesarrollo, así como con el Banco de la República. Tercer Mundo, la principal editorial en ciencias sociales que había promovido Belisario Betancur, publicó también algunas de mis primeros libros, pero desafortunadamente desapareció.

Historia económica

Hablemos de su primer libro, que me dijo era uno de sus preferidos.

Mi primer libro es en efecto uno de mis preferidos y me llena de orgullo porque se reconoce como una de las obras más importantes de historia económica colombiana. Se titula Colombia y la Economía Mundial, 1830-1910. Como lo indica su título es una obra sobre el comercio exterior de Colombia en el siglo XIX. Escribí allí sobre muchos de los temas que había tratado en forma pionera Luis Eduardo Nieto Arteta, pero con mucha más información. No siempre coincidí con sus interpretaciones.

Como lo señalé en un capítulo anterior, esta obra la escribí en los Andes con una beca postdoctoral. Mi tutor fue Jaime Jaramillo, padre de lo que se vino a llamar la Nueva Historia de Colombia, que fue esencial por haber introducido temas sociales en una literatura que hasta entonces había tenido un fuerte sesgo hacia la historia política. Jaime fue fundamental en la educación y despegue de esa generación tan reconocida en la historia económica y social, como lo fueron Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo y Hermes Tovar.

Con todos ellos tengo un inmenso agradecimiento, así como con otros historiadores que conocí y que mejoraron mis visiones, entre ellos Malcom Deas, un historiador inglés que podemos reconocer como colombiano, así como con Charles Berquist, Marco Palacios, Álvaro Tirado y los dos historiadores económicos de la Universidad Nacional a los cuales ya me he referido, Bejarano y Kalmanovitz. El intercambio con todos ellos en la etapa temprana de mi vida profesional fue fundamental.

Desafortunadamente muchos de ellos no nos acompañan, entre ellos Jaramillo , Colmenares, Bejarano y Malcom, recientemente fallecido.

Supe que Germán Colmenares alguna vez le dijo: “Usted es de los pocos economistas que escribe bien. Eso es así porque comenzó escribiendo historia”.

Eso es cierto, así me lo expresó con inmenso cariño. Con él mantuve una gran amistad. Debo recordar además la frase maravillosa que me dijo mi profesor del colegio, el padre Alberto Gutiérrez, también historiador, cuando me posesioné como miembro de la Academia Colombiana de Historia: “El mayor honor para un profesor es tener un discípulo que lo supere”.

Estando en Fedesarrollo produjo libros de texto. ¿Qué lo motivó a hacerlos?

Como lo señalé sobre mi época en Fedesarrollo, una de mis iniciativas fue hacer libros de texto, ya que prácticamente no había libros colombianos de ese tipo. El más exitoso fue la Historia Económica de Colombia, para la cual logré interesar a un excelente grupo de historiadores que ya he mencionado: Colmenares y Jaramillo escribieron los ensayos sobre el período colonial, Hermes Tovar y Jorge Orlando Melo los capítulos sobre el siglo XIX, y Bejarano sobre las primeras décadas del siglo XX. Los ensayos sobre períodos más recientes los escribí yo: uno sobre la Gran Depresión de los años 1930 y la Segunda Guerra Mundial, y otro sobre la economía a partir de 1945, con varios colaboradores.

Con esta obra ganamos, además, el Premio Nacional de Ciencias Alejandro Ángel Escobar en 1988. Se convirtió en mi libro con mayor número de impresiones, entre otras razones porque se sigue utilizando ampliamente como texto universitario. Por molestar, le he dicho a varios historiadores, y puede que no me equivoque, que es el libro de historia más vendido en la historia de Colombia. Cuenta con tres ediciones, la más reciente editada en 2015 por el Fondo de Cultura Económica y Fedesarrollo, y por lo menos treinta impresiones. Para las nuevas ediciones incluí un capítulo sobre la economía colombiana a partir de 1980, que escribí con Carmen Astrid Romero.

Debo decir que me complace enormemente el éxito que ha tenido este libro, gracias en gran medida al conjunto de historiadores que logré convencer para que escribieran para la obra.

¿Qué más ha escrito con posterioridad?

En 2015 publiqué una compilación de ensayos sobre la historia económica del país que había publicado en diferentes revistas. Se titula Café, industria y macroeconomía: Ensayos de historia económica colombiana.

Entre las obras más recientes quiero incluir, en primer término, dos libros sobre la historia financiera de Colombia: Una historia del sistema financiero colombiano, de 2015, y una que amplió esta obra previa y es, por lo tanto, mucho más completo: Una historia del sistema financiero colombiano, 1870-2021, publicado en 2021. En esta historia se analizan en forma paralela los desarrollos del sistema financiero con los de la economía del país.

La otra obra, publicada en 2023 con la coautoría de Carmen Astrid Romero, es Crecimiento económico colombiano y sus efectos sobre el desarrollo social y regional, 1905-2019. A mi juicio es la obra más completa sobre la historia económica en este largo siglo y cuenta con el desarrollo de las series estadísticas largas más acabadas de cualquier otra obra similar, gracias especialmente al trabajo de muchos años de Carmen Astrid y parcialmente de mi parte. Combina además los análisis de crecimiento económico y del avance del sector productivo con un estudio detallado de las desigualdades regionales y sociales.

Hablemos de sus libros sobre historia económica latinoamericana.

Lo primero que quiero resaltar son los dos tomos sobre historia económica latinoamericana que publicamos con Rosemary Thorp y el historiador mexicano y también gran amigo, Enrique Cárdenas. Fueron el producto de varios seminarios, entre ellos uno que organicé en Paipa como ministro de Hacienda en los años 1990. Además, durante mi corta transición entre el Ministerio y la Cepal, a fines de 1997, tuve la oportunidad de ser un visitante de la Universidad de Oxford, donde nos reunimos los tres editores para terminar las obras.

Los libros fueron publicados tanto en inglés como en español. En el segundo caso hacen parte de la colección de Lecturas de El Trimestre Económico y se titulan La era de las exportaciones latinoamericanas: de fines del siglo XIX a principios del siglo XX, e Industrialización y Estado en América Latina: La leyenda negra de la posguerra. Convencí a Rosemary de reeditar el libro que ella ya había publicado sobre los efectos de la Gran Depresión en América Latina, para la cual yo había escrito los ensayos que ya mencioné sobre el caso colombiano. Es, por lo tanto, una colección de tres volúmenes, y diría una de las mejores colecciones de historia económica.

Me ha dicho que una de sus obras favoritas es la que escribió precisamente con Bértola.

En efecto, una de las obras que más quiero es el libro que escribí con mi amigo uruguayo Luis Bértola que titulamos Desarrollo económico de América Latina desde la Independencia. Dejando al lado la modestia, se ha convertido en una de las obras más reconocidas internacionalmente en este campo. Con esta obra ganamos en 2012 el premio Jaume Vicens Vives que otorga la Asociación Española de Historia Económica al mejor libro sobre historia económica española o latinoamericana. Fue escrita por solicitud de Enrique Iglesias como secretario general iberoamericano, como parte de las conmemoraciones del bicentenario de la independencia del grueso de nuestros países. Las dos primeras ediciones fueron en inglés y en español, esta última con una reedición, pero seguidas por traducciones al portugués y al mandarín. Estamos comenzando a trabajar en su actualización.

La obra está dividida en seis capítulos. El primero muestra las grandes tendencias de las economías latinoamericanas desde la independencia, en materia de población, desarrollo económico, inserción en el comercio mundial, acceso irregular al financiamiento externo, así como de desarrollo humano y distribución del ingreso. Los siguientes cuatro capítulos analizan los grandes períodos de la historia económica de la región: las décadas posteriores a la independencia, hasta 1870; la etapa de desarrollo basada en la exportación de productos primarios hacia Europa y, con un rezago, a Estados Unidos; la etapa de “industrialización dirigida por el Estado” en 1929-1980, un concepto que habíamos desarrollado en el proyecto con Rosemary Thorp y Enrique Cárdenas al cual me referí, y que nos parece mucho más apropiado que el de sustitución de importaciones; y la etapa más reciente con sus dos fases básicas, la crisis de la deuda y las reformas de mercado. Los análisis de todos estos capítulos buscan un balance, no siempre fácil, entre las tendencias comunes, pero también las grandes diferencias entre distintos países de la región. El libro termina con un capítulo de los retos que enfrenta América Latina a la luz de su historia más de desarrollo agropecuario, y muy notablemente el café, han sido un centro de atención a lo largo de mi carrera y en el último caso incluso aún antes de ser Asesor del gobierno en asuntos cafeteros. Quiero resaltar en este sentido mis Lecturas de economía cafetera, publicadas en 1987. De mi período como ministro de Agricultura publiqué El giro de la política agropecuaria, que escribí con mi viceministro Santiago Perry, donde analizamos las novedosas políticas que pusimos en marcha para el sector. Y resalto por último el informe de la Misión Rural, o Misión para la Transformación del Campo, que dirigí durante la administración Santos y que fue publicado por el Departamento Nacional de Planeación en 2016 con el título El campo colombiano: Un camino hacia el bienestar y la paz; una versión corta había sido publicada el año anterior.

Apartes del capítulo 10 del libro Entre la academia y el servicio público, memorias conversadas con Isabel López Giraldo. El exministro José Antonio Ocampo recibirá el premio Schumpeter-Haberler de la Asociación Internacional de Economía, IEA, distinción que otorga a un grupo de becarios elegido entre distinguidos economistas del mundo.

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