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Cuando en las clases de Sociales del colegio nos hablaban sobre los asesinatos de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa y Luis Carlos Galán, los veía como eventos lejanos, superados. Hasta ahora, la verdad, nunca había dimensionado su magnitud.
Recuerdo especialmente una clase de Cátedra para la Paz en la que tuvimos que hacer una actuación que representara las vivencias más oscuras de los 80s y 90s. Yo estaba en sexto, tenía 11 años y apenas conocía esos hechos, si acaso lo que enseñaban en el colegio, o por las ‘narcoseries’ y los relatos de en casa. Mis compañeros ni yo entendíamos que estábamos representando una de los peores capítulos de nuestra historia. Para nosotros fue una tarea más. Algo lejano, que a veces veíamos en archivos en blanco y negro.
Estando en grado 11, hice una representación similar. Aunque teníamos más contexto, la desconexión seguía siendo fuerte. Y no era desinterés: era que no lo habíamos vivido. Por eso nunca lo dimensionamos.
Estos días, después de la tragedia que vive Miguel Uribe, he confirmado que lo que nos pasaba a nosotros, le pasa a toda mi generación. Esto no es un dolor particular, ahora entiendo, es de patria.
Treinta años sin atentados a candidatos presidenciales nos hicieron creer que esa violencia política era cosa del pasado. Pero bastaron apenas tres años del llamado “Gobierno mundial de la vida” para que viéramos, por primera vez, un atentado contra la vida de un candidato presidencial. Prometieron proteger la vida, pero en cambio han sembrado más odio.
Y no es casualidad. Petro y los suyos llevan años construyendo un discurso que señala al contradictor como enemigo. No atacan ideas, atacan personas. Aun así, en su última alocución, Petro dijo algo que debería ser evidente: “Si los opositores no tienen libertad y vida, Colombia no tendrá libertad y vida”. Ojalá lo dijera con convicción, no por mera pose. Más importante aún: que lo cumpla.
Porque esa frase se desmorona cuando recordamos que la UNP desatendió 20 llamados de Miguel Uribe para que le reforzaran la protección. Entidad dirigida por un exintegrante del M-19, valga recordarlo. También se desmorona cuando la Fiscalía sugiere que el atentado pudo haber sido “para desestabilizar al gobierno” ¿En serio, es todo lo que tienen para decir? Esa insinuación, además de ruin, es profundamente indolente. Le quita gravedad al hecho, desvía la atención y sigue poniendo en riesgo a la oposición.
No sé de qué forma hablarle a Petro para que escuche. Se me ocurre traerle una frase de su tan citado Cien años de soledad. Decía Gabo: “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra”. Y hoy, mi generación está viendo cómo esa historia se repite. Si no aprendemos del pasado, estamos condenados a repetirlo. Y si Colombia no rompe el ciclo de odio y violencia, puede terminar convertida en una de esas estirpes que, por no despertar a tiempo, perdió su única oportunidad sobre la tierra.
Presidente, no quiero vivir en el mismo país oscuro que les tocó a mis padres. Piense, al menos, en sus hijos y nietos. No reviva la violencia.
Ojalá este diciembre, entre abrazos, brindis y nostalgias, entendamos algo grande: ningún indicador económico es tan poderoso como la confianza
Mientras Google y Microsoft mantienen conservadores ratios de deuda sobre patrimonio del 11% y 33% respectivamente, un análisis de JP Morgan sitúa el de Oracle, otro socio clave de OpenAI, en un asombroso 500%
El Icbf, la Defensoría, los colegios, los centros médicos… todos hacen esfuerzos, pero la capacidad institucional es insuficiente frente a la magnitud del fenómeno, el abuso no siempre deja huella visible, y cuando deja huella emocional, casi nunca se denuncia