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Analistas 24/09/2022

Perpetuidad política

Ignacio-Iglesias

Los pañales y los políticos han de cambiarse a menudo…y por los mismos motivos

(Sir George Bernard Shaw)

Creo que esta frase del dramaturgo y polemista irlandés, como gustaba denominarse, además de Premio Nobel, refleja perfectamente una realidad que, pese a los innumerables ejemplos que han ido apareciendo a lo largo de la historia que demuestran la lacra que supone que políticos se aferren al poder, sigue siendo una realidad que nos acompaña casi a diario en diferentes latitudes.

El último ejemplo ha sido la declaración del “criptopresidente” de El Salvador, Nayib Bukele, al anunciar que se presenta a la reelección, pese a la prohibición expresa de la Constitución de su país. Para eso, ya se ha encargado previamente de controlar el poder judicial para que el camino estuviera más allanado.

En las últimas semanas he estado leyendo el libro de Carlos Granés, “Delirio americano”, un recorrido muy meticuloso por la historia política y cultural de los diferentes países latinoamericanos durante más de 100 años y son curiosas las triquiñuelas y los caminos que han escogido un gran número de mandatarios y políticos en general, para perpetuarse en el poder. Sin ningún tipo de pudor han cambiado de ideología, de posicionamiento político, de amistades, han firmado pactos impensables con adversarios políticos de antaño, con el único fin de seguir amarrados al sillón.

Para llegar allí defendían su nacionalismo, su antiimperialismo, su populismo social, su revolución contra las clases dirigentes, incluso su liberalismo “localista” que rápidamente convertían en autocracia. Cualquier etiqueta les valía. Era el discurso que les servía para justificar su fin: alcanzar a gobernar y una vez allí, campar por sus respetos.

Algunos han sido incluso más osados y, partiendo de golpes de estado, sublevaciones militares o revueltas sociales, que los llevaban día tras día a un control absoluto del país, intentaban, con el tiempo y tras asegurarse que toda posible vía de oposición tanto institucional como política estuviera controlada, dulcificar su mandato y su poder organizando unas pseudo elecciones democráticas que justificaran su estadía en el poder sine die. Ello podía ayudarles a lavar su controvertida imagen tanto dentro del país como en foros internacionales, donde encontraban siempre aliados que estaban dispuestos a defender su posición. El problema es que la realidad chocaba con su ficción.

Al margen de su ideología, de su origen social y familiar y de los argumentos que utilizan para alcanzar su objetivo, que no es otro que perpetuarse en el poder, me atrevería a decir que todos ellos tienen una composición genética similar que determina su principal atributo: su mesianismo. Se creen elegidos por el destino, por Dios o por quién ellos consideren para conducir a su país a una especia de mundo feliz que sin duda es el mejor para todos sus nacionales.

Al ser tocados por esa varita mágica están por encima de todo y de todos; sólo ellos son capaces de aportar soluciones a los problemas que existen; se rodean de una cohorte de interesados paniaguados que se dedican a ejercer de mamporreros del poder y defensores a ultranza de su líder y, por ende, de su bolsillo. No el de su líder, sino el suyo propio.

Estoy seguro de que ninguno de ellos leyó en detalle al filósofo ilustrado Montesquieu, defensor a ultranza de la división de poderes como parapeto que asegurara una honestidad en lo político, y mucho menos al historiador y pensador liberal inglés Lord Acton cuando en 1887 acuño la famosa frase: “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

No voy a citar casos que ejemplifiquen lo anterior, porque estoy seguro de que si cada uno de nosotros echa la vista atrás (o ni siquiera tan atrás porque lo están viviendo en estos momentos), va a encontrar momentos y épocas en nuestros respectivos países o de alrededor que demuestran lo antes reseñado.

Tampoco voy a cuestionar que es muy posible que los ideales primigenios de todos esos Mesías o de al menos una gran parte de ellos pudieran ser muy loables y realmente buscaban dar solución a una problemática real que afectaba a su país en un determinado momento, pero esa perpetuidad en el cargo acababa demostrando que dejaban de ser servidores públicos, característica innata que debería tener todo mandatario y político, para convertirse en cabecillas de corruptelas, nepotismo, cuando no de ser responsables de auténticos crímenes y delitos contra la humanidad. Eso sí, siempre en aras del bien de su pueblo, ciudad, nación…

Volviendo a la frase de Shaw, los políticos deberían tener fecha de caducidad como los pañales. No digo que sean de un solo uso como los actuales, pero siendo posible lavarlos, como sucedía en épocas pasadas, al final era necesario prescindir de ellos y cambiarlos por otros, porque había manchas que no desaparecían y rotos que era imposible remendar. Eso hacía que los defectos se manifestaran de manera más palpable y evidente con cada lavado.

Lo mismo sucede en política: hay que cambiar caras, discursos, actitudes y dejar claro a nuestros mandatarios que la alternancia en política no es que sea sana, sino que es absolutamente necesaria y todos deberían ser capaces de dar un paso al lado y dejar que otros ocupen su lugar. Quizás así, su legado sea valorado de una manera más positiva y se les consideraría como verdaderos servidores de su país.

Todos sabemos lo que significa la erótica del poder y lo que cuesta pasar de ser centro de todos los focos a un simple ciudadano de a pie, pero apelando a su mesianismo y a sus deseos patrióticos de buscar lo mejor para su comunidad, por favor retírense a tiempo. Una retirada a tiempo siempre ha sido y será una victoria.

Sé que cuesta entenderlo a muchos, pero también hay vida más allá de la política y del “ordeno y mando”. Les animo a que den el paso.

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