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Analistas 13/01/2022

Remedios para la polarización

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

En la conmemoración del primer aniversario del demencial asalto al Capitolio de Washington por parte de un grupo de furibundos fanáticos del entonces presidente Donald Trump, vimos la versión 2022 del antagonismo recalcitrante, con propósitos, tácticas y consecuencias repotenciadas. El actual presidente, en un giro hacia la confrontación directa que a nadie sorprendió, acusó a su antecesor (sin mencionar su nombre, tal como sucede en estas comarcas) de “poner una daga en la garganta de los Estados Unidos”, en un discurso en el que, pasando por alto su compromiso de ser el presidente de todos los norteamericanos, reiteró los desaciertos de su contendor y sentó bases sólidas para un nuevo año de discordia. El republicano no tardó en ripostar calificando a Biden de incompetente, haciendo gala de su inagotable capacidad de mentir y añadiendo combustible al ambiente de división e intolerancia que es la fórmula más utilizada por políticos y gobernantes en épocas recientes.

Los intentos por imponer doctrinas a la brava mantienen constante presencia en la historia y son la génesis de muchas de las atrocidades que hemos sufrido. Esta manía no es otra cosa que la demostración del empecinamiento de los seres humanos en dar prevalencia ciega a las opiniones propias, crudas, sin el adobo necesario de los puntos de vista del prójimo. Es así como los países llegan a la dictadura y las empresas a la autocracia que florece cuando sus dueños o directivos deciden desconocer la relevancia que tiene el aporte de ideas y conocimiento de los empleados para la productividad y sostenibilidad de sus organizaciones. Expresiones tan comunes como “yo decido y usted obedece”, o “aquí el que piensa soy yo”, o “haga caso que para eso le pago” aparecen como ejemplos patentes de una enfermedad organizacional que tiene dos consecuencias funestas.

La primera es el desempeño defensivo, que asoma cuando los funcionarios hacen lo menos posible, con el propósito de evitar juicios, castigos o represalias. Nadie asume riesgos y por lo tanto la posibilidad de lograr resultados que excedan las expectativas es prácticamente nula. La segunda es la de reprimir la responsabilidad de desafiar la forma de hacer las cosas, como consecuencia del temor de quien así actúa a ser marginado, avergonzado o sancionado. Las personas sacrifican su creatividad y su capacidad de innovación como mecanismo de protección frente a potenciales agresiones.

Si entendemos que la autocracia es una maldición en el ejercicio del liderazgo, vale la pena considerar algunas opciones para evitarla. Mostrar nuestra vulnerabilidad, reconocer el valor de los errores como fuente de aprendizaje y aceptar con candidez y apertura las opiniones y sugerencias de los demás son siempre prácticas aconsejables, pero es preciso complementar estos buenos hábitos con otros que no solamente ayudan a afianzar la seguridad psicológica en las empresas, sino que pueden aplicarse en diversos entornos sociales y familiares, convirtiéndose en eficaces antídotos contra la polarización que nos aqueja: el respeto por las ideas y opiniones de los demás se demuestra motivando el disentimiento constructivo, promoviendo el pensamiento divergente, pero sobre todo sustituyendo el silencio sobre asuntos espinosos, las descalificaciones y las refriegas febriles por la sensatez de la fricción intelectual.

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