.
Analistas 26/03/2022

Facultades de periodismo y democracia

Guillermo Franco
Periodista consultor en medios y contenidos digitales
Analista LR

Cualquier intento en Colombia de reformar los programas académicos de Comunicación Social-Periodismo a la luz de la rimbombantemente llamada ‘revolución digital’ está condenado al fracaso mientras prevalezcan el ánimo de lucro y el criterio de rentabilidad de las facultades y las universidades.

Y es que, contadas excepciones, para ellas es mucho más rentable mantener esos programas tal como están, y ofrecer el ‘componente digital’ en forma de maestrías, diplomados, cursos, a veces de calidad dudosa que, con el discurso de responder a las “necesidades del mercado”, en realidad llenan a medias los grandes vacíos que dejaron los programas de pregrado, pero con la ventaja de dejar ingresos adicionales a las instituciones.

Si la rentabilidad y el ánimo de lucro no son la explicación, por lo menos sí la falta de voluntad.

Estas no son afirmaciones sin coyuntura; se hacen en plena campaña electoral colombiana, que no ha sido ajena a los fenómenos del populismo, la posverdad, la desinformación… que en la actualidad tienen una base digital.

Es una reflexión pertinente si se parte del supuesto de que el periodismo es fundamental para la democracia, afirmación repetida constantemente, y que una gran parte de quienes la defenderán se forma en las facultades y universidades.

“El propósito del periodismo consiste en proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y capaz de gobernarse a sí mismo”, decían Bill Kovach, Tom Rosenstiel, autores del libro ‘Los elementos del periodismo’, que recoge las conclusiones de decenas de periodistas que se dedicaron a reflexionar sobre el tema. Para cumplir este propósito enunciaron nueve principios, entre ellos: la obligación con la verdad; la lealtad ante todo a los ciudadanos; la disciplina de verificación, su esencia; la independencia con respecto a aquellos de quienes informa; y el ejercicio de un control independiente del poder.

Haciendo eco de estas palabras, a propósito de su aniversario 135, El Espectador preguntaba hace algunos días: ¿para qué un periódico como el nuestro en estos tiempos? Una pregunta que se podría extrapolar: ¿para qué una facultad de periodismo en estos tiempos?

Y es que el contexto en que planteaba la pregunta es el mismo: “Cuando las votaciones más potentes al Congreso son para influenciadores que se labraron su carrera obteniendo la atención de las audiencias, cuando la juventud utiliza todas las redes sociales para informarse de mil maneras distintas a un periódico, cuando las burbujas epistémicas de los algoritmos nos han radicalizado, vuelto más sensibles y han ayudado a repotenciar el populismo, y cuando incluso en el periodismo tradicional se celebra más el ruido que las investigaciones rigurosas y las posiciones mesuradas”.

La respuesta, obviamente, no son las facultades tal como están hoy. Los programas de pregrado de Comunicación Social-Periodismo reducen el componente digital a asignaturas marginales, una aquí, otras más allá, incluso alguna de ellas con un nombre tan obvio como ‘periodismo digital’.

La alternativa a esta visión anclada en los años finales del siglo 20 sería aquella que los replantea completamente, usando otra vez la retórica rimbombante, “a la luz de la revolución digital”.

Ya desde septiembre de 2009, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), hoy Fundación Gabo, se había planteado la misma inquietud y publicado la investigación ‘Necesidades de formación para medios digitales en América Latina y el Caribe’, basada en un sondeo online (diseñado por mí con el apoyo de Diego Fajardo), cuyos hallazgos vistos hoy dan luces para identificar cuáles serían los ejes sobre los que habría que replantear los programas académicos.

Ese replanteamiento hoy se debería hacer sobre la base de que ya hay un cuerpo de conocimientos que es necesario incorporar a los programas, así como hacer permanente la reflexión sobre las implicaciones de la tecnología, no simplemente dejarse deslumbrar por ella. En ello coinciden expertos como el periodista Julio César Guzmán, editor de la Mesa Visual de El Tiempo, quien asegura que sí hay algunas instituciones preocupadas por replantear los programas.

Todo el potencial de conocimiento que se presentó en la investigación de la FNPI, y el que existe hoy, se podría aglutinar alrededor de 4 ejes: el tecnológico, el de las narrativas, el del emprendimiento y el del periodismo.

Algunos podrían argumentar la falta de un quinto eje que tuviera que ver con la argumentación y el pensamiento crítico, pero este en sí no es un eje sino una constante que debe permear a los demás ejes enunciados. Obviamente, puede haber asignaturas asociadas a ese propósito.

Al definirlos como ejes, lo que se quiere significar es que cada uno de ellos va desde el comienzo hasta el final de los programas, desarrollados de forma lógica, y articulados con los otros.

El eje tecnológico, que ha sido el mismo que ha conducido la ‘revolución digital, es uno que requeriría permanente revisión y actualización. En la investigación de la Fundación Gabo la mayoría de los componentes de este eje aparecían identificados como Web 2.0 (sufijo este último ya desgastado) e incluía, entre otros, temas como diseño web, conceptos de usabilidad, arquitectura de información, sistemas de administración de contenido (CMS), optimización de contenidos para motores de búsqueda (SEO), pero hoy podría extenderse casi que infinitamente, incluyendo nuevos temas, como inteligencia artificial, ‘blockchain’, marketing de contenido, y sigue un largo etc. Qué incluir es un ejercicio colectivo de mediano plazo que deberían asumir las universidades y facultades, o gremios que las aglutinen, echando mano de las contadas excepciones de las experiencias de programas que se han abierto a las influencias internacionales, en particular de Estados Unidos y España, sin que ello signifique que tienen la verdad revelada ni la respuesta a todo.

Solo a manera de ejemplo: valdría la pena invitar a los responsables de estos programas académicos a analizar de qué formas se podría integrar el tema de las métricas (perteneciente al eje de la tecnología) y cómo se podría articular con los otros ejes propuestos, el de las narrativas, el del periodismo y el emprendimiento.

Una respuesta tentativa: lo que en la investigación de la Fundación Gabo se presentaba como ‘análisis de mediciones de tráfico de un sitio web’, hoy podría ser un cuerpo de conocimiento con el nombre ‘uso de métricas para tomar decisiones editoriales y de negocio’.

Y es que las métricas están por todas partes.

A herramientas como Google Analytics o Chartbeat (por mencionar solo dos de las ‘ene’ existentes), se han agregado las métricas que arrojan las propias redes sociales y herramientas específicamente diseñadas para ellas (CrowdTangle, por ejemplo).

El eje de narrativas incluye, fundamentalmente, cómo contar historias en diferentes medios, formatos y para diferentes plataformas. Claramente, el tema es tan extenso como se quiera, y obviamente va como eje a lo largo de los programas académicos: cómo contar historias en video (con sus especificidades según la plataforma); cómo contar historias en audio, cómo contar historias con fotografías, cómo utilizar bases de datos para contar historias, cómo crear productos multimedia, formas alternativas de contar historias (cuestionarios -‘quizzes’-, enumeraciones…), agregación y curaduría de contenido.

Capítulo aparte merece el tema de escritura que, como parte del eje de narrativas, también debe ir desde el comienzo hasta el final de los programas. La escritura da estructura al pensamiento y es el insumo que subyace casi todas las demás narrativas.

Otro capítulo aparte merece el tema de derechos de autor, estrechamente relacionado con el de ética y algo tan común, lamentablemente, como el plagio, cuya discusión también forma parte del eje periodístico.

La justificación de la existencia de un eje de emprendimiento es que los programas no deberían seguir formando a sus estudiantes para redactar y andar con hojas de vida debajo del brazo y aspirar a las cada vez más escasas vacantes de los medios tradicionales en crisis sino para hacer empresa.

Es impresionante la cantidad de campos de acción y de nuevos énfasis (o si se quiere especializaciones) que se abren para los egresados. Es impresionante, por ejemplo, la cantidad de nuevos medios, emprendimientos de contenido basados en la agregación y curaduría de contenido, que se han creado en redes sociales, y que nunca han tenido ni aspiran a tener un sitio web, y han encontrado un modelo de ingresos. También es impresionante la necesidad que hay de administradores de redes sociales (community manager) con una sólida formación periodística, vacío que ha sido llenado por hábiles ignorantes que impresionan con el estereotipo del ‘community’ alternativo ataviado con gorra de béisbol al revés, mechón verde y tatuaje, pero sin contexto, teoría, principios éticos...

¿Qué tal un énfasis periodístico en SEO (optimización de contenido para motores de búsqueda)? ¿Qué tal periodistas con fortaleza o énfasis en experiencia de usuario y usabilidad? Esos perfiles podrían ser muy valorados en la actualidad. La definición de esos énfasis también debería partir de la investigación.

El eje de emprendimiento va desde algo tan básico como saber manejar un Excel para cuantificar costos, por ejemplo, hasta la presentación y análisis de casos de éxito o de fracaso en emprendimientos de medios digitales y tradicionales. Incluso, los emprendimientos podrían arrancar dentro del programa -no hay que esperar al grado-, como parte de la evaluación. Podrían ser, de hecho, los proyectos de grado.

Otro tema que iría incluido en este eje es el de la publicidad online, los modelos de negocio, cómo organizar una operación online, relaciones con el área de tecnología (si la hay), etc. Nuevamente, qué incluir se hace a partir de un ejercicio colectivo y multidisciplinario.

Dado que hasta aquí lo propuesto podría ser usado para muchos otros programas académicos, el elemento que falta es el eje periodístico, en que autores como Kovach y Rosenstiel dan muchas luces.

Hay que reconocer, sin embargo, que hay muchos factores que conspiran contra la reformulación o reforma de los programas académicos.

El primero de ellos es la pretensión de que los programas llenen los vacíos de la formación de la educación secundaria. El segundo es el problema de la mala remuneración de los docentes, que lleva a la tercera: la cantidad de profesionales de otras áreas, en particular provenientes de las ciencias sociales sin experiencia en medios, que terminan convertidos en docentes de los programas. Estos normalmente están cargados de prejuicios y vienen de contextos donde los medios son vistos casi que exclusivamente de forma crítica como ‘objeto de estudio’. Muchos, incluso, no dudan en asegurar que estos profesionales han ‘mamertizado’ los programas. También se ha acudido a periodistas recién egresados que tienen poco que aportar a los estudiantes.

El otro elemento que hay que tomar en cuenta es que no se trata exclusivamente de innovar con nuevos contenidos sino con nuevas metodologías de enseñanza y evaluación.

¿Qué tal si como un ejercicio sobre coyuntura noticiosa, digamos, por ejemplo, la invasión rusa a Ucrania, en lugar de pedir recitar hechos y antecedentes, se pidiera a los estudiantes producir contenido en texto, audio, video, multimedia?

A pesar de que, idealmente, la educación superior debería ser gratuita, pero no es así, y que gran peso de esta función está sobre los hombros del sector privado, no se trata de desconocer o rechazar el criterio de rentabilidad, lo que se objeta es dónde lo están buscando las facultades. Es una equivocación buscar la rentabilidad vaciando de contenido a los programas de pregrado.

Ajustar los programas de pregrado puede hacerlos muy rentables y atractivos, y llevaría, necesariamente, a la redefinición de qué se ofrece en los programas de postgrado, o en qué nivel de profundidad.

También habría que ampliar el criterio de rentabilidad, con lo que los egresados le devuelven a la sociedad.

Por eso, en ese contexto hay un espacio para que sea la universidad pública, en particular la Universidad Nacional, la llamada a innovar, ojalá sin sesgos ideológicos con los que tradicionalmente ha sido rotulada.

¿Qué tal una facultad de periodismo de la Universidad Nacional con esta visión?

Usando la misma lógica y lenguaje de mercado, si las facultades no se ‘pellizcan’, como se dice coloquialmente, por obra de la globalización, otra de las consecuencias de la cacarerada ‘revolución digital’, llegarán competidores internacionales que les arrebatarán participación del mercado. Esto no es ficción: el Grupo Planeta, por ejemplo, comenzará a ofrecer en breve un programa de comunicación digital, que parece hubiera pasado por este proceso de reflexión y estuviera más sintonizado con la nueva realidad.

Conozca los beneficios exclusivos para
nuestros suscriptores

ACCEDA YA SUSCRÍBASE YA