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Analistas 27/01/2022

¿Suma o divide?

Guillermo Cáez Gómez
Socio Deloitte Legal
GUILLERMO CAEZ

Hace pocos días, tuve que atravesar por una situación personal que me hizo reflexionar sobre la importancia del factor que somos en la ecuación de lo que está sucediendo en el país, y el reto de la trascendencia de la elección de un nuevo presidente en Colombia. Por regla general Colombia, casi en las dos últimas décadas, ha profundizado la división y casi nula aceptación del pensamiento diferente a la corriente de cada uno.

Esa división cada vez se atiza más por cuenta del efecto amplificador de las redes sociales y, por ello, se intensifican los efectos en la sociedad, donde se está dispuesto a acabar con el contradictor solo por el hecho de tener la razón.

Esa naturaleza, sumada a la egolatría propia de muchos candidatos a la presidencia, hace que me deba cuestionar qué tanto suman o dividen los autoproclamados precandidatos presidenciales.

Hace poco tuve la oportunidad de participar en un space en Twitter en el que el candidato a la Presidencia por el Movimiento de “Salvación” Nacional se autoproclamó el salvador de la capital ante la expedición del Plan de Ordenamiento Territorial en la ciudad de Bogotá. En ese momento no dije muchas de las cosas que estaba pensando, pues me limité a hacer las exposiciones desde lo jurídico. En ese espacio, el candidato Gómez se autoproclamaba como quien iba a salvar a Bogotá de la barbarie a la que está sometida por el gobierno de Claudia López.

En ese momento pedí un espacio para intervenir, pero cuando tuve mi turno, el candidato Gómez se había salido y lo que quería decir lo guardé para hacerlo en esta columna. ¿Quién le dijo a este señor que yo como bogotano quiero ser salvado? ¿O que yo como bogotano, si necesitara ser salvado, quiero ser salvado por él y su ideología? El síndrome del superhéroe, que padece la gran mayoría de los candidatos, no es más que producto de su profundo enamoramiento con el poder que, como consecuencia, lleva a que se pierda el norte por querer tener la razón y no generar consensos.

Este peligroso síndrome es uno de los graves problemas que padece de forma patológica el político colombiano y que ha generado la terrible crisis institucional y social que está viviendo el país, que no es otra cosa que la absoluta desconexión de nuestros actos versus las necesidades latentes de un país donde se hace política pública para la minoría y la mayoría permanece debajo del tapete. En el momento en que entendamos que, además de exigir un programa de gobierno técnicamente bien construido, debemos empezar por generar la presión suficiente para que los candidatos se preocupen también por sus calidades personales.

Por eso es tan importante empezar a revisar qué candidato o alianza suma para aportar soluciones a los grandes retos que tiene la sociedad colombiana, o divide solo con la turbia intención de llegar al poder a costa de sacrificar a quien hipócritamente está jurando proteger. Debemos empezar a exigir que quienes se presenten como candidatos estén conectados y conscientes de que a los cargos de elección popular se llega para estar al servicio del país y no de intereses particulares.

Por experiencia personal reciente puedo asegurar que el costo de la combinación entre la desconexión y la egolatría son un cóctel tan venenoso que no permite ver más allá de nuestras propias narices, con consecuencias dignas de un tsunami que pasara por nuestras vidas destruyendo todo a su paso. Esto que experimenté dolorosamente hace muy poco me hizo reflexionar sobre la importancia de que no permitamos que esa combinación sea la que domine las elecciones presidenciales. Si para mí tuvo un costo personal, el efecto replicador en el país hará que se genere una fractura que será imborrable.

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