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Analistas 20/11/2021

«Re-probar»: fake foods

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

La inflación alimentaria es insostenible. Antes de la pandemia, ese fenómeno se nutría del descontrolado crecimiento poblacional, el abandono del campo, la degradación de los ecosistemas y los mecanismos con los que el mercado destruía a los pequeños agricultores y consumidores.

Los precios de los alimentos, tal como los de las viviendas, no son resilientes; superadas las crisis, nunca recuperan su estado original. Y los gobiernos son cómplices de tales abusos porque evaden su regulación; les gusta poner todos los huevos en las mismas canastas de medidas, como los subsidios a las tasas, que recrudecen los problemas de fondo.

Es necesario que restrinjan los productos que permiten mercadear y comercializar, pues, además de engañosos, muchos son malsanos. De hecho, una fuga de información en la empresa de alimentos más grande del planeta, cuyo domicilio está ubicado en el paraíso fiscal suizo, dejó entrever un mea culpa (Nestlé document says majority of its food portfolio is unhealthy, FT).

Al mejor estilo de quienes manipulan las declaraciones de impuestos, más del 60% de sus productos “nunca serán saludables”. Pese a ostentar incontables certificaciones de calidad, solo 37% de sus productos obtiene calificaciones superiores a 3.5 en la escala Health Star Rating, y 18% de sus aguas fueron «reprobadas».

Tal como sucedió con los impuestos, el etiquetado nutricional tampoco resolvió el problema dietario, pues no desincentiva la elección del consumidor, que está condicionada por la pobre capacidad adquisitiva y la hiperinflación de los alimentos saludables, especialmente los orgánicos. Además, esos sellos no registran la huella ambiental de la cadena de valor, desde el cultivo hasta el consumo.

Evadiendo a la ética, los químicos y los ingenieros de alimentos nos acostumbraron a comer sustancias adictivas y artificiales. Tras desnaturalizar la razón de ser de los productos, instrumentalizaron a los clientes; y agregaron a la receta de la «riqueza» publicidad engañosa, para afianzar el consumo masivo de lo malsano.

Conscientes de que el veneno con azúcar sabe mejor, adicionan micronutrientes o reducen un poco de algo, para denominarlo Light. Ahora la moda es el Carbono Neutro, siguiendo con la premisa ‘pecar y rezar para empatar’, con el propósito de lavar la reputación de la marca (greenwashing): no proteger al medio ambiente.

Para rematar, David Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, pidió a los superricos US$6 billones para erradicar el hambre; Elon Musk, quien no es santo de mi devoción, de manera acertada le exigió demostrar que esa cifra resolvía el problema, y habilitara un sistema de control social para escrutar cómo utilizaban el dinero. Las respuestas de Beasley fueron tan vacías como evasivas, que incluso termino por autoinvitarse al espacio en alguno de los viajes de SpaceX.

Colmo de males, el calentamiento global está correlacionado con las calorías que consumimos; y en el futuro ninguna fruta contendrá semillas. Ahora, ¿se le antoja algo de Rappi, Alpina, Nutresa o Juan Valdez?; ¿por qué son legales esos alimentos falsos, contaminantes, malsanos o adictivos, aunque condenamos los fraudes, atentados y alucinógenos?

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