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Analistas 14/10/2020

Faber: de autómatas a odiosos

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

Desde la Era del Bronce (recomiendo el poema de Byron), nos sacrificamos para forjar caprichos; el teocentrismo nos aterrizó, y, durante el renacimiento, el antropocentrismo fue nuestra satisfacción. Ahora los creadores rezan «human-centric», pero tampoco ocurren milagros: confundiendo «profet» con «profit», crucifican a la humanidad sobre el altar Stem.

Creemos que el dios de la máquina (deus ex machina), creación originalmente humana (ahora AutoML + Triz), nos salvará de nosotros mismos. Sin embargo, extrapolo la estructura de ‘Sapiens: de Animales a Dioses’ (2011), y concluyo que los Homo «Faber» (y Œconomicus) consumaron nuestra involución de «Autómatas» a «Odiosos».

Nuestra especie se auto-denominó «sabia», aunque la imprudencia rige su degeneración espontánea; la razón «instrumental» tornó insubstancial al desarrollo (Dialéctica de la Ilustración, 1994), el determinismo tecnológico «mecanizó» la selección «social», y las finanzas privilegiaron la superficialidad.

Destinadas a las rutinas consumistas, las innovaciones sofisticaron las tribulaciones terrenales. Abogadas del diablo, «objetan» la divina trinidad -humanismo, socialismo y ecologismo-; inspiradas por antiguos pecados traicionan su misión de domesticar al capitalismo, y el mercado es tanto el coliseo que ruina animales humanizados, como el circo que entretiene bestias humanoides.

Inhibieron cualquier visión donde no fuera requisito convertirse en súper-humano, para no ser excomulgado, y tampoco discriminara cierta apariencia de supremacía (depuradora). Retorno oscurantista, los «bugs» resucitan versiones de nuestras imperfectas cajas negras, y la «creación destructiva» está programada para someter, a perpetuidad, a nuestros semejantes.

Absurdo, aunque esos dioses de las máquinas o modernos prometeos se presentan como héroes, son culpables de la creación o conservación de incontables tragedias, como la revolución verde, en la agricultura, o la farsante cadena de valor de la energía verde, de acuerdo con ‘Planet of the Humans’ (2020). En sentido estricto, la enajenación de la creatividad y la mala innovación, reforzaron al statu quo.

La causa del problema puede ser la naturaleza del don, «divine madness» (Fedro), pues el mercadeo maquilla a los «injustos» como «divinos» (Ion), y el liderazgo creativo refleja habilidad (innata o iluminada) pero no manifiesta experiencias transformadoras o trascendentes: como evidencia, siguen publicitando iniciativas de «inclusión» que no empoderan a las minorías, y explotando la mina de la inequidad.

Apretando las tuercas de las máquinas se aflojaron las nuestras, y la educación humanista fue sacrificada por la tecnócrata. Parafraseando a Einstein, aunque “la intuición es sagrada y la razón es sirviente […] en la modernidad declararon pagana a la primera y elegimos adorar a la última” (The Metaphoric Mind: A Celebration of Creative Consciousness, pg. 26).

Aprendimos a «hacer caso», como los autómatas primitivos, y la tecnología transó la intención didáctica por la función distractora; en consecuencia, perdimos la capacidad de ver el mundo como es y cómo podría ser. Innovando dentro de esa caja, la tradición sigue «agregando valor sustrayendo valores»; los dispositivos funcionan como hojas de parra, y renunciamos a forjar nuestra humanidad, sociedad y sostenibilidad.

En memoria de Belinda, el paraíso para el ser humano más maravilloso que conocí.

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