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A diferencia del progresivo cambio climático, idealicé la pandemia: con efecto inmediato, derrotaría al statu-quo de la economía y la gestión. Perdidas, seguirán reinando sus pérdidas.
Piense en su carrera. Sea o no sea que haya elegido una ocupación que disfruta o el entorno valora como esperaba; trabajado en la organización o el cargo de sus sueños, y realizado aportes relevantes o inspiradores: probablemente protagoniza versiones del Día de la Marmota (Ramis, 1993), o del Mito de Sísifo, aquel fraudulento a quien impusieron perder el tiempo, arrastrando insoportables cargas por rutas escarpadas.
Absurdo y desgastante, la mayoría de quienes logran despegar son forzados a aterrizar. Algunos superan la tribulación corrompiéndose, y otros aspiran a la salvación invocando pseudociencias administrativas. En cualquier caso, como ciudadanos, clientes o empleados, somos “Prisioneros del Sistema” de Gestión (Senge, 1990); entre bastidores, además, sabemos que los proyectos de mejoramiento fracasan por falta de intención o exceso de mediocridad.
Esa normalidad me enloqueció: por eso me aventuré a luchar contra molinos y rebaños, pues los empleados parecen autómatas o sociópatas. Imposible salvar su principio de racionalidad, y el supuesto de humanidad, mientras ignoren que cada moda gerencial oculta otra falacia del apostador, y nieguen que multiplican las quejas + culpas. Semejantes *competencias* laborales establecieron *duelos* inherentes a la sobrevivencia o la satisfacción que demandamos; igual, terminamos resignando las tragedias del desempleo y el burnout, ante la estigmatización y el abandono (A New Benchmark for Mental Health Systems, 2021).
Tras lidiar con el miedo a perder el trabajo, la conformidad mutó hacia la desesperanza; aburridos del funcionamiento de las organizaciones, y sus rocambolescos cambios (lampedusianos), los empleados desperdician esfuerzos sinsentido y pierden la capacidad de percibir progresos. Además, aunque su «moti-vació-n» se vació, les exigen salir de cierta zona de confort, que no es tal, y la posibilidad de renunciar impone una penalización que podría perpetuarse, siendo especialmente inviable para quien es sibarita. Así terminan justificando la tortura + improductividad.
Entretanto, quienes asumen el sacrificio aprenden que rotar es una entelequia, y se hallarán sin poder encontrar su lugar en el mundo. Quijote sin Mancha, comparto su sabiduría: “Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil; yo desprecio la hacienda, pero no la honra. He satisfecho agravios. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto obra, merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas” (Parte II - Capítulo XXXII).
Aunque tengo claro que “es necesario cultivar”, no fui Cándido (Voltaire, Final). Tampoco Fausto, pues temo a los demonios y fantasmas (Goethe, Parte II - Acto V). Igual, “en medio del camino de la vida me vi perdido” (Divina Comedia, Canto I), sin propósito, guía y escudero, como el Caballero de la Triste Figura en sus últimas aventuras.
Mientras los *covid-iotas* capitalizan la pandemia de pobreza + inequidad, ¿cuáles casos cercanos reconoce en estos relatos?; ¿cómo sería esa jornada que no terminaría siendo otro día perdido?