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Analistas 08/02/2024

Antiambición o estrés gratuito

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

La secuela de Intensamente acumulará al menos siete emociones negativas -tristeza, miedo, ira y desagrado, agregando ansiedad, envidia y vergüenza-. ¿La escasa y volátil alegría bastará para neutralizar tal sobrecarga?

Subordinados ante la mediocridad, conflictuados por la persecución de logros prácticamente inalcanzables, o condenados a la rumiación, presionamos las restricciones e ignoramos las alternativas, aunque seamos conscientes de que no estamos orientados hacia la satisfacción, el equilibrio, la excelencia ni la trascendencia. Además del decrecimiento y la redistribución, convendría repasar lo que NYTimes etiquetó como The Age of Anti-Ambition.

Tal como revelaron las fraudulentas pruebas de estrés fiduciario, y del dieselgate, los motores neoliberales están en deuda con la sociedad, y contaminaron el bienestar. Así, la pandemia psicosocial permanece subdiagnosticada, o se enmascara tras el consumismo, cuyas mutaciones fingen compensar la desmoralización, aunque su mantenimiento se sustente con la adicción al trabajo [workaholic], y acelere nuestra fundición [burnout].

Temeraria, esa moda o costumbre demanda exprimirse y reprimirse, creyendo que la recompensa justificará el riesgo, pero la inseguridad social es crónica, la desigualdad es autoinmune y reinan el vacío o la insatisfacción (Oecd). Por ese infausto e ingrato panorama, la mayoría de la población padece trastornos o comorbilidades que se desatienden, aunque la prevalencia no discrimina, según publicó The Lancet (Global, regional, and national burden of 12 mental disorders in 204 countries).

Automatizadas, las jornadas siguen dilatándose y desperdiciándose en tareas absurdas o inútiles. Semejante trabajo no tiene límite, aunque el desempleo no cede, y tampoco optimiza nuestro desempeño porque sólo es rentable en zonas moderadas de carga y tensión: cuando el oficio no es aburrido ni desgastante (Curva del Estrés, Yerkes-Dodson, 1908).

Contraproducente, ese contrato social transa desidia, negligencia e incompetencia. Verbigracia, quien aparente estar conectado podría evitar un despido; quien se someta a suplir a dichos holgazanes, 2x1 y 24x7, ganaría bonos; y quien asuma complicidad, patrocinando ese corrupto mecanismo, recaudaría méritos para ascender.

Las reformas del cambio deberían asegurar el suministro de terapia, formación emocional y rehabilitación vocacional. También regular un salario máximo, como múltiplo del mínimo, y garantizar una renta universal digna. Finalmente, apostar a reducir la jornada hasta 15 horas, honrando la milenaria profecía de Keynes (Economic Possibilities For Our Grandchildren, 1930, pg. 5), porque, a diferencia de lo que acaba de proponer The Economist, trabajar toda la vida, en las esclavizantes condiciones actuales, parece secuestro, tortura o cadena perpetua (Why you should never retire).

Premonitoria, Weil alertaba que sería “mucho más fácil reclamar con motivo de la cifra indicada en una hoja de salarios que analizar los sufrimientos padecidos en el transcurso de una jornada” (La Condición Obrera, pág. 144, 1951).

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