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El segundo mandato de Donald Trump arrancó con un contundente despliegue de acciones ejecutivas que reconfiguran el panorama global. En su primera semana, promulgó una serie de decretos que afectan el comercio, la inmigración y la política climática. América quedó en la mira, con aranceles de 25% a México y Canadá (suspendidos por un mes), el restablecimiento de Remain in México y restricciones a las remesas desde EE.UU., además de recientes tensiones políticas, como el conflicto diplomático con Colombia de los últimos días.
El futuro aún es incierto, pero las primeras señales nos permiten esbozar tres escenarios estratégicos para la región en los próximos cuatro años. Con un enfoque de foresight anglosajon, estos escenarios que planteamos exploran cómo el proteccionismo estadounidense, la reconfiguración de alianzas y una posible fragmentación podrían transformar el balance de poder, los mercados y las decisiones económicas en América Latina. Adaptarse será clave para no quedar rezagados.
Bajo este escenario, la administración Trump consolida una política comercial agresiva, manteniendo aranceles elevados y renegociando tratados con condiciones más estrictas para la región. La imposición de tarifas sobre bienes mexicanos y canadienses afecta las cadenas de suministro y genera una desaceleración en las economías exportadoras. La inversión extranjera se estanca y algunos países buscan nuevos mercados en Europa y Asia, aunque con dificultades para sustituir la demanda estadounidense.
Los países que se alineen rápidamente desde el sector público y privado a las nuevas políticas norteamericanas, como Colombia (ex post 2026), pueden salir beneficiados si manejan inteligentemente esta oportunidad. Por otro lado, aquellos que sean vistos como economías pro-China, como Perú, pueden alejarse geopolíticamente de EE.UU., lo que afectaría su acceso a mercados y cooperación estratégica.
El impacto en las remesas es significativo: las restricciones al envío de dinero desde EE.UU. afectan a países como México, El Salvador y Guatemala, reduciendo el consumo interno y aumentando la presión social. En lo político, los gobiernos latinoamericanos adoptan posturas más pragmáticas para mantener relaciones con Washington, aunque con menor margen de maniobra.
Este escenario plantea una reorientación de los vínculos comerciales de mediano plazo. Frente a las barreras impuestas por EE.UU., América Latina intensifica su cooperación con la Unión Europea y China, lo que lleva a una diversificación de mercados y una mayor autonomía económica. Los tratados comerciales con la UE y Asia cobran mayor relevancia, mientras que el T-Mec enfrenta renegociaciones difíciles.
Chile y Perú, con economías flexibles y abiertas, se adaptan rápidamente, mientras que Argentina, bajo Milei, apuesta por una alianza estratégica con EE.UU. y un tratado de libre comercio. En este escenario, los gobiernos deben maniobrar con la precisión coreográfica del ballet Bolshoi, para sortear riesgos geopolíticos y comerciales. El pragmatismo será clave, junto con una reconversión interna que impulse inversión en tecnología, educación y productividad, fortaleciendo la competitividad en un entorno global cada vez más desafiante.
América Latina deberá desarrollar alianzas con nuevos bloques económicos, pero también trabajar con los norteamericanos sin casarse necesariamente con un solo país o grupo de países. Un pragmatismo inteligente será fundamental para gestionar esta compleja red de relaciones internacionales y evitar depender de una única potencia (es necesario contar con los mejores cuadros públicos y privados para lograrlo).
En este panorama más pesimista, las medidas de Trump generan una fragmentación en la región. La aplicación de sanciones comerciales y migratorias divide a los países entre quienes intentan negociar con EE.UU. y quienes buscan alternativas externas. Se incrementan las tensiones internas en América Latina debido a la competencia por atraer inversiones y recursos.
El impacto económico es severo: el crecimiento se ralentiza, la inflación aumenta en varios países debido a la devaluación de sus monedas, y las remesas caen significativamente, afectando a millones de hogares. En el plano político, emergen gobiernos más nacionalistas y proteccionistas, lo que agrava la fragmentación regional y debilita los intentos de cooperación multilateral. Además, la inestabilidad política en algunos países genera crisis institucionales y el debilitamiento de la democracia en la región.
La inestabilidad económica debilita la capacidad de negociación de América Latina en organismos internacionales, erosionando su influencia global. Empresas transnacionales, ante la incertidumbre, reducen inversiones, afectando sectores clave como manufactura, tecnología y energía. La ausencia de un marco comercial estable fomenta mercados informales y economías ilícitas, deteriorando el entorno empresarial. Además, la falta de una estrategia regional común fragmenta los esfuerzos de integración y cooperación, dejando a varios países en una posición de aislamiento y vulnerabilidad en el escenario global.
Para que América Latina avance hacia una “Reconfiguración de Alianzas” (no ideal, pero menos perjudicial a mediano plazo) y evite el colapso de la integración, se requiere una estrategia regional coordinada. Fortalecer acuerdos comerciales con nuevos bloques, impulsar la innovación y digitalización, y diversificar las fuentes de financiamiento serán claves. Todo esto, sin perder de vista a EE.UU., con quien persisten lazos geopolíticos, comerciales y económicos fundamentales para la estabilidad y crecimiento de la región.
Asimismo, los gobiernos deben impulsar políticas que mitiguen el impacto de las restricciones comerciales y migratorias de EE.UU., asegurando mecanismos de protección social y fomentando la educación y capacitación laboral para la nueva economía global. En este contexto, la reconversión interna de la región es esencial, promoviendo reformas estructurales que permitan mejorar la competitividad y consolidar sectores estratégicos con visión de largo plazo.
El futuro de América Latina dependerá de su capacidad de adaptación y colaboración. Si bien el gobierno de Trump marca una etapa desafiante, la región tiene la oportunidad de redefinir su estrategia y fortalecer su posición en el contexto global.