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En un contexto internacional desesperanzador, donde los líderes de Estados Unidos, Rusia y China, solo por mencionar las potencias hegemónicas, parecen competir por ser el más truhan del mundo, en los últimos días, el primero, inaugura sin desparpajo cárceles para los migrantes rodeadas de caimanes y pitones, y suscribe leyes de recorte para los sectores vulnerables y alivios tributarios no precisamente para ellos; el segundo, insiste en que no revaluará sus intereses en Ucrania mientras incrementa bombardeos y reconoce a los talibanes como el gobierno legítimo de Afganistán, y el tercero, más sutil y con perfil más bajo, se empeña en reunificar Taiwán y controlar el Tíbet.
Entre tanto, otros liderazgos aprovechan el río revuelto y hacen lo propio respecto de sus intereses o miran para otro lado, haciendo cálculos electorales. Y el mundo de las redes multiplica “opiniones”, tanto defendiendo como atacando decisiones, muchas veces fundados en la desinformación o en sus motivaciones. De ahí que esta columna trate de la coyuntura del Tíbet que, por ahora, es la menos trajinada.
China, que ocupó ese territorio en 1950 y luego lo anexó, pretende un profundo impacto en la identidad cultural y religiosa tibetana. Esta tensión permanente, exacerbada por el desafío del actual y muy mayor Dalai Lama anunciando que su sucesor nacerá fuera de China, generó una respuesta inmediata del gobierno chino, precisando que debe nacer en China y ser aprobado por el gobierno central.
Pekín con su enorme aparato propagandístico informa sobre las “nuevas normas” para elegir al Dalai Lama, pretendiendo que el próximo líder religioso sea “creíble” y lo más importante, que no represente una amenaza a su autoridad. Estrategia menos brusca que la ocasión en la que optó por la desaparición del Panchen Lama (segundo líder espiritual), se acompaña de una política de asimilación cultural y lingüística a través de la educación que erosiona la identidad tibetana.
Hoy los menores de 18 años están obligados a asistir a escuelas públicas chinas y a aprender mandarín, se les prohíbe estudiar las escrituras budistas y deben amar al país y cumplir las leyes nacionales.
Este enorme cambio, implica que los monasterios que funcionaban como escuelas de la niñez pierden el rol que asumen los colegios con un “control total de la información intelectual”. Así, la educación se centrará en “fiestas chinas, las virtudes chinas y la cultura tradicional china”.
Lo anterior, sumado a la existente supresión de la disidencia y la resistencia (Pekín califica al Dalai Lama de “separatista” y “antichino”), intimidando con la amenaza de encarcelar a los seguidores, no augura una coexistencia pacífica. Hoy los monasterios están bajo estrecha vigilancia, con comisarías de policía y cámaras dentro de sus instalaciones.
La vigilancia es “omnipresente” e implica reconocimiento facial y documentos de identidad, incluso para registrarse en un hotel o comprar gasolina. El control sobre la información es “aún más estricto”, lo que aísla a los tibetanos del mundo exterior y les dificulta conocer los anuncios del Dalai Lama que son censurados.
Subordinación completa de la identidad cultural y religiosa, que Pekín considera como “liberación de una teocracia atrasada”, colocando a la región en el “camino de la modernidad” basada en patriotismo, lealtad, fidelidad.
En este contexto, el papel de los expertos adquiere mayor relevancia. Contar con asesoría profesional facilita los procesos legales, fiscales y cambiarios que, aunque están diseñados para ser claros, pueden resultar complejos para quien llega por primera vez
El comercio no es una guerra silenciosa entre compradores y vendedores. Es un intercambio voluntario en el que ambas partes ganan, siempre