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Analistas 19/11/2022

No somos una ínsula

Edgar Papamija
Analista

La sociedad colombiana está mostrando una preocupante incapacidad de mirarse al espejo, para entender la dimensión de sus problemas, y una inquietante mezquindad para enfrentar los retos del futuro. Tenemos limitaciones históricas para aceptar el origen de nuestros desequilibrios sociales y económicos, con el agravante de que vivimos mirando al norte, de espaldas al contexto latinoamericano, ignorando que somos uno más, en ese tablero donde se repiten con pasmosa regularidad los mismos fenómenos económicos y políticos.

La desigualdad empieza con la llegada de Cortés al Nuevo Mundo y la imposición de la mita y la encomienda, bases de un sistema medieval de explotación económica y paso previo a la esclavitud con la que convivimos por siglos impúdicamente. La falta de inversión en educación, la aversión a la tecnología, los privilegios, la concentración de la tierra, la resistencia a pagar impuestos, el abuso del poder para enriquecerse y la tendencia a usar el endeudamiento internacional para suplir la incapacidad de los estados, son común denominador de las sociedades situadas al sur del río Grande.

En América Latina los tributos son bajos y las fortunas se han incrementado en la medida que han logrado evadir impuestos u obtener subsidios. Las gabelas fiscales superan en promedio el 8% del PIB regional, mientras la evasión, en concepto de algunos investigadores, es incalculable.

Terminamos el siglo en democracia, pero paradójicamente retrocedimos en equidad. El racismo, la exclusión, la discriminación y la desigualdad, campean en el espacio latinoamericano, ahondando las brechas entre las elites y las mayorías discriminadas que superan en promedio el 60% de la población. En ese medio la violencia campea. Cada hora mueren 18 personas en la región. Los homicidios triplican el promedio mundial y aquí se ubican 43 de las 50 ciudades más violentas del planeta, según datos del Instituto brasileño Igarapé que nos ubica al lado de Brasil, Honduras y Guatemala como los países más violentos y más desiguales de Latinoamérica.

La violencia de género es el broche oscuro de nuestra degradación social. Según datos de la Cepal, en 2018 fueron asesinadas más de 3.500 mujeres en la región, aunque se considera que hay un enorme subregistro en este tipo de criminalidad ligada a la explotación y a la violencia sexual.

Colombia debe mirarse al espejo de la realidad latinoamericana para comprender y aceptar sus propias limitaciones. Da la impresión que nuestras elites se sienten agredidas por las propuestas del nuevo Gobierno que simplemente se asoma a la realidad para proponer soluciones inherentes a la ineludible nueva agenda de nuestra región.

Cecilia López hablaba de la necesidad de un Ricardo Lagos que se atreviera en Colombia a intentar lo que se viene haciendo en Chile. Sin Lugar a dudas el nuevo Gobierno tiene ese reto y lo está intentando. El llamado es a quienes han tenido el poder y los privilegios, para que entiendan la necesidad del cambio que reclaman las sociedades de América Latina. El Gobierno avanza en sentido correcto, pero debe abandonar ese mesianismo que genera prevenciones innecesarias. Petro tiene claro el qué, pero no el cómo; sentenció, frente a la actual coyuntura, un alto jerarca de la iglesia católica y ahí puede estar la clave del éxito o del fracaso.

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