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Analistas 29/10/2022

Cambio en la institucionalidad

Edgar Papamija
Analista

La crisis de nuestro modelo económico es innegable. Quienes manejaron los hilos del poder, hicieron oídos sordos a la tormenta que vivió el país en los últimos años y caímos en un remolino de intereses concéntricos que incrementaron nuestros ya centenarios problemas sociales y económicos de marginalidad, exclusión y privilegios, generando un estallido social de desconcertante poder desestabilizador. Gustavo Petro interpretó el momento, pero en el proceso tuvo que hacer concesiones, pues el descontento no era una expresión ideológica dogmática de izquierda, sino la manifestación ciudadana de frustración y rechazo al ejercicio abusivo del poder.

La sociedad reclamó un cambio, sin pretender dar un salto al vacío, impulsada por la nueva generación de la poscrisis del 2008 que reclamaba ese modelo de vida decente de que hablan los nuevos economistas, inscrito en un capitalismo posliberal que ofrezca al ciudadano un empleo digno, justamente remunerado, educación para sus hijos, igualdad de oportunidades, vivienda, jubilación y seguridad social que cubra sus problemas de salud, en un contexto verde con capacidad para enfrentar los desequilibrios de la era carbónica que amenaza la vida.

El marco teórico no tiene discusión y es similar al de otros países. Aquí, Petro encarna esa nueva ideología y recibe un mandato con algunas prevenciones. No pareciera que la sociedad colombiana, pese a sus inocultables problemas de violencia, pobreza y corrupción, quisiera aventurarse por escabrosos caminos ya transitados en sociedades de este hemisferio. El colombiano del común quiere encontrar en el camino de la institucionalidad las respuestas a sus afugias. Eso se percibe, y Petro dejó sentado que su propuesta no es comunista, ni socialista, sino claramente capitalista con sentido pluralista y democrático.

El Gobierno del Pacto Histórico no es afortunado en sus inicios, pues a los problemas internos económicos y sociales se suman los externos como la absurda guerra de Ucrania, absurda e inoportuna, como todas las guerras, y la crisis económica mundial aupada por el cambio climático. La luna de miel ha sido corta y plagada de tormentas. El nuevo Gobierno desestimó la magnitud y los efectos de la crisis y se obstinó en mantener el discurso que lo llevó al poder, tal vez por lealtad a sus propuestas y olvidó moderar las formas que se requieren en el ejercicio del poder.

Las declaraciones inoportunas, particularmente frente a la política de hidrocarburos con los graves problemas fiscales existentes, en una economía con un mercado de desajustes por exceso de oferta, sin demanda adecuada, con un aparato productivo raquítico, asediado por las importaciones, generaron desconfianza e incertidumbre. Se aceleró la inflación, se disparó la devaluación y se sintió la fuga de capitales.

Afortunadamente la prudencia se impuso y el Gobierno morigeró sus declaraciones. Abrió al diálogo con todos los sectores para modular sus propuestas, particularmente en lo relacionado con la reforma tributaria, y las aguas se calmaron, aunque la incertidumbre se mantiene.

Colombia quiere el cambio, pero no un salto al vacío. El país se acoge a lo que ofreció el Presidente en la campaña: un capitalismo que produzca equidad y que genere riqueza para repartir, como dijera la profesora Mazzucato.

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