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Luego del discurso de Petro en la ONU, a los interesados en las dinámicas mundiales les asaltan múltiples inquietudes acerca de la sensatez del gobernante y del gobierno. Lo inquietante es que también quedan ya sembradas unas dudas sobre Colombia y los colombianos, que llevará tiempo recomponer. El asunto es: ¿Cuál es el nivel de sensatez y confiabilidad de quienes eligieron ese gobernante? Eso también ocurre con los Estados Unidos. Es un hecho que la moderación y el buen juicio ya no son atributos que se asuman para este país. Perdió confiabilidad y eso le costará en el futuro.
Un investigador en desarrollo económico, colega en Europa, me hizo esta pregunta: ¿Cómo es que en Colombia todavía hay petristas? Esto tiene dos matices, los que aprueban a Petro como individuo, y los que apoyan al petrismo por lo que representa. Ambos tienen unos elementos que lo hacen difícil de explicar dentro de parámetros racionales. El apoyo no se sustenta ni por logros, ni por propuestas, ni por coherencia, ni por comportamiento.
Una posible respuesta se puede encontrar en los estudios de Leor Zmigrod, publicados en el libro “El Cerebro Ideológico”. Propone una reflexión interdisciplinaria -neurociencia, psicología política y filosofía- para explorar cómo las ideologías no son solamente sistemas de creencias externos, sino que se inscriben en nuestra mente y, eventualmente, en la arquitectura cerebral. Se funda en dos componentes clave del pensamiento ideológico: Doctrinalidad: la adhesión rígida a un conjunto de creencias, con resistencia frente a la evidencia contraria. Y Relacionalidad: la adhesión a identidades, rituales, símbolos y prácticas que distinguen “nosotros” frente a “ellos”.
Zmigrod aborda las diferencias entre personas que tienden al pensamiento ideológico rígido y aquellas que muestran más flexibilidad cognitiva. Esta se asocia con menor adhesión ideológica cerrada. Para medirla, se emplean pruebas neuropsicológicas, como el Wisconsin Card Sorting Test, que observa la adaptación a cambios de reglas. La creatividad y apertura experiencial aparecen vinculadas con mayor flexibilidad y menor susceptibilidad a ideologías rígidas. Adicionalmente, se examinan también factores biológicos, como la distribución dopaminérgica en corteza prefrontal y cuerpo estriado, y variantes genéticas que podrían modular esos circuitos. Sugiere que la polarización ideológica es un estado patológico.
En estos términos, es difícil la tarea de cambiar a los adscritos a una ideología. El único remedio es la decepción. Y Petro afortunadamente ha ayudado en ese proceso. Pero todavía hay y habrá petristas, y esto es preocupante en términos de lo que describe el autor.
Son igual de inconvenientes las polarizaciones de izquierda y de derecha. Los peligros del pensamiento dogmático son intolerancia, radicalización, erosión del discurso democrático. Cuanto más rígido se vuelve un individuo, más busca entornos ideológicos que confirmen esa rigidez, creando una espiral de radicalización. En esto, el papel de la tecnología y las redes sociales como aceleradores de pensamiento ideológico es delicado. Los algoritmos favorecen y profundizan los mecanismos de reafirmación, cámaras de eco y desinformación.
Las posibilidades de intervención social son limitadas y de largo plazo y se basan en una educación enfocada en pensamiento crítico, ejercicios cognitivos de flexibilidad, entornos que fomenten cuestionamiento y diversidad de perspectivas.
El asunto es grave cuando el efecto colectivo genera una sociedad enferma de polarización. Una Colombia confiable depende de una democracia sólida, fundada en partidos basados en programas y propuestas. Una democracia polarizada y en torno a aventureros solitarios, sin respaldos de partidos, no construye ni país ni instituciones.
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