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ANALISTAS 03/01/2023

Benedicto XVI: Un Papa valiente

César Mauricio Velásquez O.
Periodista y profesor universitario

La muerte del papa emérito ocurrió cuando estaba escribiendo algunos recuerdos vividos durante su pontificado. En este artículo quiero compartir unas breves historias contenidas en el libro que publicaré con el titulo: “Un papa valiente”.

En estos tiempos de fanfarrones que navegan en motivadoras ideologías sin fondo, conocí una persona sensacional. De él puedo decir que no tenía doblez ni engaño y que tal vez por esto algunos lo sometieron a toda clase de calumnias y traiciones. Fue un valiente que decía y escribía lo que pensaba, sin miedo al qué dirán; perdonaba cuando lo golpeaban y miraba siempre el futuro con fe y realismo.

Así lo conocí y así lo pude ver y sentir en el primero y en todos los encuentros que, como profesor, periodista y embajador de Colombia ante la Santa Sede, tuve la fortuna de compartir con el cardenal y después papa Benedicto XVI en Roma.

Aparte de los encuentros oficiales, algunos ya programados cada año, tuve la fortuna de poder hablar con él sin tanto protocolo. A veces, en diálogo directo, le pedía oraciones ante la calamidad, dolor y sufrimiento; otras veces le hacía una pregunta o simplemente un comentario sobre temas y noticias del momento.

De sus ocho años de pontificado pude vivir dos con buena intensidad. Un tiempo en el que creció mi admiración por su honradez intelectual, autoridad moral y facilidad para hacer comprender y explicar los temas más complejos.

La defensa de la identidad del cristianismo –columna importante de su pontificado– la explicó en su primera carta encíclica, Deus Caritas Est, –Dios es amor– publicada en Navidad del 2005. En este texto define la esencia del cristiano y de la Iglesia: el amor, la caridad sin límite, porque Dios es amor y por amor a cada uno de nosotros quiso morir en la cruz, logrando nuestra salvación y felicidad por siempre.

Fue una encíclica inesperada por su contenido e invitación a todas las personas de buena voluntad a dejar odios y mentiras y así poder descubrir el amor verdadero. Un amor capaz de desear el bien y perdonar a los que nos hacen mal y causan muerte, pues “el amor, en su pureza y gratitud, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. La mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor”.

Su pontificado soportó fuertes tormentas y largos inviernos, pero en su grandeza de alma siempre tuvo memoria para las primaveras y los días de sol. Con valor avanzó en la purificación al interior de la Iglesia, no detuvo investigaciones ni sanciones contra clérigos por abusos; sometió a estandares de transparencia las cuentas del llamado banco vaticano e invitó al diálogo ecuménico e interreligioso.

Pequeños y grandes gestos de sencillez dejo para la historia. Fue el primer papa en renunciar a la presencia de la tiara en el escudo papal, signo de poder. La reemplazó por una mitra tradicional. El primero en visitar una sinagoga judía en Alemania (19 de agosto de 2005) y en conceder una entrevista televisiva, para la emisora polaca TVP (20 de septiembre de 2005) También quiso renunciar al título “Patriarca de Occidente”, como gesto ecuménico hacia las iglesias ortodoxas y fue el primero en realizar una visita oficial a Gran Bretaña (16 de noviembre de 2010)

Cuatro líneas, unidas en el trascurrir del tiempo, marcaron mi especial consideración por él: La primera, el buen uso de la razón para fortalecer la fe, valorar la vida y el amor sin discriminaciones ni discursos ideológicos que se imponen de espaldas a la razón y al sentido común.

Dos, el valor de proclamar a Cristo –dueño de la Iglesia–, con su ejemplo y la claridad argumentativa en el diálogo entre las culturas, la ciencia, la fe y la razón. Sin miedo y sin falsos equilibrios.

Tres, su sencillez y humilde inteligencia que contrastó, con arrogantes y apegados a esta tierra, cuando aceptó ser papa y cuando renunció al pontificado con libertad y sin dramatismos.

Y cuatro, la discreción y valentía que demostró hasta el día de su muerte, sin quejas ni reclamos, sólo buscando el Amor, en preparación al encuentro con el Amado.

En su testamento espiritual, –recomiendo su lectura – dejo escrito: “A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón. Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!”.

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