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Analistas 29/10/2019

Revolución

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Los medios han calificado el fenómeno social de Chile con diferentes calificativos que van desde la presencia de infiltrados chavistas hasta descontento con el gobierno Piñera, pasando por echarle la culpa a la corrupción. Esta fue una convulsión social inesperada que tomó por sorpresa a todos los que creían que el “milagro” económico chileno se reflejaba en mejores condiciones de vida para el pueblo de ese país. ¡Y a fe que lo había logrado!. Según el informe “Panorama Social 2018” de la Cepal, Chile fue líder en la reducción de la pobreza, y Chile, después de Uruguay tiene los menores índices de pobreza de la región.

Así las cosas, ¿por qué ese volcán de inconformismo en uno de los países más ricos de la región? Considero que lo que está sucediendo en Chile es lo que el economista Ava Myrdal en su trabajo “Asian Drama” llamó la “Revolución de las expectativas crecientes”, que bien explica Wendy McElroy en un artículo con el mismo nombre publicado en 2016 por el Future for Freedom Foundation. Dice la autora: “La revolución de las expectativas crecientes se da frecuentemente en dos etapas. Primero, un incremento en la prosperidad y la libertad aumenta las expectativas promedio de las personas respecto a lo que es posible en la vida. Segundo, un mayor acceso a recursos, especialmente educación e información, aumenta la conciencia de las personas respecto a la opresión y su rechazo a tolerarla. Tal vez, por ello las revueltas sociales se incuban en sitios de oportunidad, más que en aquellos de opresión.

Las revoluciones nacen de las universidades, donde personas jóvenes, relativamente privilegiadas consideran que el cambio es posible y está a su alcance. Lo revolucionarios provienen de las clases medias y altas que no pueden reclamar la victimización propia de aquellos que sufren la pobreza.”

Superada la pobreza queda el espacio para la reflexión y superada la angustia de la supervivencia los pueblos tienen el espacio mental necesario para buscar metas superiores que ahora creen posibles. Se hace evidente que hay riqueza y los que menos han participado en la bonanza consideran sus derechos exigir que les sea concedido una mayor proporción de ella. Esto es aún más cierto en países con altos niveles de concentración del ingreso como Chile. Con un coeficiente de Gini de 4,5 que poco se ha reducido en los últimos años el país le ha dado los beneficios del progreso preferencialmente a un grupo reducido de ciudadanos. Bien lo entendió la primera dama de esa nación cuando dijo que tenían que despojarse de algunos de sus privilegios.

Colombia como se podrá deducir de este análisis esta ad portas de una revolución similar. El país ha mostrado tasas de crecimiento saludables y ha logrado importantes victorias en su propósito de reducir la pobreza e incrementar el acceso a la educación. Por ahora, esa revolución se está dando en las urnas con fenómenos como la elección de Claudia López para alcaldesa de Bogotá, pero ¿será que ese deseo de participar en la fiesta del progreso se queda en la expresión política del voto y no se vuelca a las calles en forma similar a Chile?

En Colombia la concentración del ingreso y de la riqueza es aún mayor que en Chile, con un coeficiente de Gini por encima de 5, la corrupción es galopante y cada vez se hace más evidente que las ganancias quedan en pocas manos. Si el Gobierno y la sociedad no le entrega su parte justa a las mayorías, éstas la tomaran a la fuerza o mediante alguna expresión populista que acabe destrozando lo construido.

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