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El 2019 nos deja sinsabores, esperanzas, moderado optimismo y preocupaciones. Es por decirlo de alguna manera un año ambivalente y seguramente uno que indica un cambio de rumbo para el país, para bien (espero).
Parecería que la generación que antecedió a los millennials tenía poco interés en hacer política y una gran preocupación por hacer dinero. Muchos jóvenes de esta generación se lanzaron de lleno (no siempre con éxito) a una sociedad del consumo cuyo derrotero lo marcaba el estereotipo del consumo narco.
Grandes casas, carros lujosos y mujeres refaccionadas constituían el patrón de consumo y la política solo interesaba en cuanto favoreciera sus negocios.
Otros se lazaron a similar aventura bordeando la legalidad en los mercados de capitales y en operaciones económicas altamente rentables, mientras los menos afortunadas trabajaron juiciosamente buscando entrar a una clase medio con casa, carro y beca. La política no estaba en la agenda. Otros en el campo buscaron supervivencia en la violencia reclutados a la fuerza.
Ese poco interés en la política le dejó todo el espacio político a una generación desgastada y eternizada en el poder. Le dejó el poder a los político que llegaron con Gaviria. Todos jóvenes de edad y viejos en su visión de la política, seis presidentes jóvenes que llegaron al solio de Bolívar entre los 40 y 50 años y que lograron navegar en esa realidad haciendo concesiones en aras del “progreso del país”.
Este 2019 puso de manifiesto la realidad de una nueva generación, probablemente hijos de esa nueva clase media, jóvenes hastiados de la violencia narco y de la otra. Una nueva generación que le preocupa lo que pasa en la universidad pública, que le preocupa el Páramo de Santurbán y Jericó, que no está dispuesta a aceptar socialmente la corrupción como una realidad más, y a la cual no se puede estigmatizar de guerrillera gracias al proceso de paz. La manifestación a la que me refiero se está dando en las calles y en las urnas.
En la urnas, el símbolo de esa nueva realidad fue Claudia López en Bogotá. Una mujer joven, que recién entró a la clase media gracias al esfuerzo de la generación anterior, que se formó en la universidad publica y vivió de cerca la realidad de la pobreza y la lucha por la supervivencia de millones de bogotanos que viven en los barrios periféricos. Sus electores, esa nueva expresión política logró consolidar una victoria enfrentada a dos delfines, probablemente bien intencionados, pero símbolos de esa vieja política. En las calles, la nueva realidad se ha venido expresando a lo largo de noviembre y diciembre con expresiones genuinas de protesta y cultura. Esta nueva realidad es una impronta social y política que claramente nos deja el 2019.
En lo económico el año nos deja grandes retos. Los fenómenos políticos obligan a que el país no solo se centre en el crecimiento, sino también en cómo se distribuye ese crecimiento. No basta con tecnócratas que busquen cuadrar las finanzas publicas con sucesivas reformas tributarias. En el manejo económico, quedó claro en 2019 que se requieren líderes que entiendan que es necesario cuidar los dineros públicos de los malos manejos (consulta anticorrupción con 10 millones votos). Y es que donde mas ronda la corrupción es en el gasto social. Desfalcos en la salud, desfalcos en los programas de la alimentación escolar, en los dineros de las universidades públicas.
Administradores que entiendan que se acaba la danza de los millones y queda el manejo austero, serio y socialmente responsable de los dineros de los colombianos.
Año de grandes lecciones.