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Analistas 30/10/2023

Crónica de un problema anunciado

Como analista técnico de proyectos, muchas veces el tiempo le da a uno la razón y en otras ocasiones le da a uno pruebas de que uno estaba equivocado. Cualquiera de las dos que ocurra, en un proyecto de infraestructura, siempre es muy importante mirar hacia atrás y buscar lecciones aprendidas que permitan evitar que los problemas ocurridos se repitan nuevamente a futuro.

El 13 de julio de 2018 escribí un artículo en La República titulado: La obsesión por el metro elevado, y ante las grandes discusiones al respecto entre la actual administración distrital y el presidente Petro, considero importante hacer un análisis de qué ha ocurrido desde ese entonces, y cuáles son esas lecciones aprendidas que pueden ayudarnos a evitar que estas disputas entre mandatarios locales y nacionales vuelvan a ocurrir, referentes a proyectos que competen a ambos gobernantes. En el articulo citado, explicaba mi posición sobre el que consideraba era un gran error del entonces alcalde Peñalosa, de tomar una primera línea del Metro de Bogotá, cuyos estudios de tráfico concluyeron que debía ser subterráneo y por la carrera 11, y convertirlo arbitrariamente en una línea de metro elevada y moverla a la avenida Caracas. En ese entonces, el artículo daba claridad de la importancia de ver el Metro de Bogotá como mucho más que una primera línea. Por lo tanto, mirar técnicamente el futuro en un sistema metro con múltiples líneas, todas elevadas, es y sigue siendo insensato e inclusive inviable. Asimismo citaba el ejemplo de Lima, donde la primera línea fue construida elevada, para después planear y ejecutar las líneas 2, 3 y 4 de manera subterránea.

Cinco años han pasado desde ese artículo, y el entonces Alcalde Petro, quien adjudicó los estudios de esa línea 1 subterránea, y es ahora presidente de Colombia. Como una de sus banderas recientes, ha buscado retomar esa senda de su alcaldía y pretende cambiar, inclusive a la fuerza, el contrato actual de la Línea 1 para volver a convertirla en subterránea. Como contraparte se encuentra la alcaldesa Claudia Lopez, quien ha buscado proteger el contrato actual, para no parar la obra que ya cuenta con 25% de avance.

En aras de ese análisis de posibles lecciones aprendidas, es importante evaluar dos temas. El primero es si el Metro aún debería ser elevado o subterráneo. En este respecto, las consideraciones del artículo de 2018 siguen siendo vigentes: alto valor de predios vs subsuelo de la nación, limitada escalabilidad de un metro elevado, impacto visual y de movilidad de un metro elevado, entre otras. Sin duda cuando uno ve el Metro de Bogotá como un sistema con más de 20 líneas a futuro, ojalá, la opción más sensata y correcta técnicamente es la de un sistema subterráneo, como lo planteaba en el artículo. Esa opinión sigue estando vigente actualmente.

Como segundo punto de análisis, habría que considerar el avance actual de 25% en la ejecución de esa línea 1 elevada. La pregunta es, ¿tiene sentido tomar un proyecto que ya ha invertido múltiples billones de pesos en avance de las obras, pararlo a toda costa, y devolver el proyecto a una línea de metro subterránea? Sin lugar a dudas la respuesta es NO.

Cuando uno analiza como ingeniero civil especializado en gerencia de proyectos y resolución de disputas, lo que implica el cambio que busca el presidente Petro, son muchos los puntos negativos que lo hacen a uno emitir ese rotundo NO: ¿Se puede cambiar el proyecto a subterráneo? Técnicamente es viable el cambio, pero surgen muchos cuestionamientos al respecto. ¿Cuánto le costaría a la nación y al distrito botar a la basura ese 25% de avance que ya tiene el proyecto actual elevado? ¿Cuánto le costaría a la nación, y a nosotros los ciudadanos, los múltiples reclamos del contratista actual por los retrabajos, demoras, y cambios que tendría que hacer para redireccionar el proyecto? Es más, mirando el tema aún más atrás, ¿si el proceso de licitación llevado a cabo por la administración de Peñalosa era para esta línea 1 elevada, ¿aplican esos mismos criterios de selección si ahora el proyecto se vuelve subterráneo? ¿Es este contratista el más idóneo para una línea subterránea también? ¿Es legalmente viable hacer el cambio, pensando en los otros proponentes de ese proceso licitatorio? ¿Podrían demandar la adjudicación y parar el proyecto si se cambia el objeto del proyecto a una línea subterránea?

Todas estas preguntas y muchas más entran en juego cuando se hace el análisis técnico-jurídico de lo que implica ese cambio que busca hacer el presidente Petro, y asimismo apoya el candidato Bolívar. Técnicamente hablando, un sistema metro subterráneo -no la línea 1 únicamente- sin duda es más adecuado para una ciudad como Bogotá. No obstante, frenar la ejecución de la línea 1 en este momento de avance, es un error garrafal que podría sumirnos en otros 60 años esperando un metro para Bogotá.

Si prospera la sensatez técnica y la responsabilidad fiscal, se debe continuar y concluir esta línea elevada para que Bogotá tenga, por fin, el inicio de un sistema metro. Ya se anunció que la línea 2 será subterránea, repitiendo el caso de Lima, y muy seguramente las líneas subsecuentes serán también subterráneas. Esto dejará esta línea 1 como un “Transmilenio Express”, que seguramente movilizará muchas personas diariamente, solo que desconectada del resto del sistema metro. Pero, si pensamos en el futuro de Bogotá, hay que priorizar la inercia contractual que ya está en marcha, corregir en las siguientes líneas, y asegurarnos que estas lecciones sean realmente aprendidas a futuro.

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