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Analistas 28/09/2017

Vasos comunicantes

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Cada vez es más difícil analizar de manera independiente el comportamiento de los sectores de la producción. Cuando lo hacemos desde una perspectiva ecosistémica se hace evidente la creciente conectividad de actividades que inicialmente fueron dispuestas para la competencia y que a partir de cierto umbral de agregación comienzan a generar patrones emergentes, comportamientos inesperados que a la larga representan adaptaciones evolutivas a las condiciones del contexto. Esa es la historia de la complejidad, que permite entender como procesos auto organizativos produjeran ojos a partir de células simples nadando en el océano, una maravillosa improbabilidad.

La progresiva interacción de “clústeres” sectoriales, entendida de esta manera, hace cada vez más difícil discriminar la huella ecológica de cada uno por separado, en especial si analizamos los vasos comunicantes que evolucionan entre ellos. En la corta historia del desarrollo regional de la Orinoquia colombiana, por ejemplo, se discute si las actividades petroleras son más o menos convenientes que la expansión de los cultivos de arroz en la frontera agrícola de las sabanas pluviales del Arauca y Casanare, tradicionalmente dedicadas a la ganadería de baja intensidad. La perspectiva sectorializada de gestión ambiental impide ver las conexiones cada vez más estrechas entre ambas actividades y las sinergias que se esconden detrás de ellas como potencial mecanismo de desarrollo sostenible para la región: la extracción y conducción petrolera producen transformaciones del paisaje muy distintas a las del arroz y entenderlas y administrarlas en conjunto con las del cultivo genera un panorama muy distinto al del conflicto inexorable.

La producción de arroz en Colombia es un pilar de nuestra seguridad alimentaria y se hace cada vez más bajo reglas que pretenden reducir la inestabilidad de precios y los colapsos temporales derivados. Depende para ello en gran medida de los precios de los agroinsumos y de los fletes asociados con los del combustible, todo petróleo; también de las inversiones en infraestructura y conectividad institucional construida con la renta del crudo: hay vasos comunicantes por todas partes, muchos más de los descritos. Ahora, sin arroz petrolero, queda la perspectiva agroecológica de producir limpio y comer en casa, indudablemente sostenible… para una demografía colapsada y un país sin ciudades, otro tema.

Cuando se plantea la imposibilidad de la coexistencia de actividades a partir de la discusión de su huella hídrica, por ejemplo, se desconoce esa miríada de interacciones que se están creando y destruyendo todos los días y de cuya consolidación depende una visión de sostenibilidad territorial. Si nos atenemos a las cifras, la agricultura apropia 2/3 del agua frente al pequeño porcentaje de la minería o la extracción petrolera, y emite también una buena proporción de los gases de efecto invernadero. No por ello, sin embargo, hay que convertir Casanare en Texas: cultivar persiste, el crudo no, por lo cual la sostenibilidad se construye en la gestión interdependiente de ambos sectores en el territorio.

Hay escenarios en donde no es inevitable el conflicto intersectorial y es factible construir una transición socioecológica a partir de la realidad presente. Tal vez si todas las autoridades ambientales pasaran de un modo regulador a uno de desarrollo sostenible eso sería más fácil…

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