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Se presentó ante la opinión el reporte independiente de la iniciativa “Parques cómo vamos”, donde se plantea, en un documento lleno de infografías y datos fáciles de leer y entender, el estado actual de los Parques Nacionales, “la joya de la corona”, el patrimonio de vida silvestre más importante de los colombianos y su mejor garantía para construir bioeconomía y afrontar el caos climático, junto con el resto de áreas protegidas públicas, privadas y comunitarias que tiene el país. Se presentó también la batería de indicadores de seguimiento a los parques, aún más centrada en el diagnóstico que en la evaluación de la gestión, el reto: la “corona”, que es el Estado, poco hace en la práctica y los Parques Nacionales subsisten por una curiosa combinación del heroísmo de sus funcionarios y la inaccesibilidad, más que resultado de una política de inversiones en su manejo y conservación.
Se destacaron en el informe las complejas condiciones de los parques del Caribe colombiano, de por si la región ambientalmente más devastada del país, los positivos acuerdos con indígenas que contrastan con los conflictos con campesinos, el avance de la deforestación y el narcotráfico al interior de las áreas, y la deficiencia total de investigación relativa a la producción de servicios ecosistémicos, una de las dos razones fundamentales para proteger la integridad funcional de los ecosistemas (la utilitaria), junto con el derecho a existir de todas las formas de vida (la ética), que para nada son independientes.
La pregunta, sin embargo, quedó flotando: ¿Vamos bien, más o menos, mal? Para algunos, por ejemplo, restaurar la infraestructura pública de las áreas recreativas de los parques es una señal de la avidez de los empresarios turísticos, para otros, una obligación que debe hacerse con los escasos recursos disponibles, de manera que los colombianos puedan visitar sus páramos, bosques, costas y manglares sin dejar la vida en la aventura. Para algunos, la presencia de comunidades rurales y sistemas productivos es un exabrupto, para otros, una posibilidad de cooperación con actores locales comprometidos con la sostenibilidad. Finamente, para no pocos, un coto de caza para todas las ilegalidades. Cómo vamos, no sabemos…
Participó Ecopetrol en la conversación, con el anuncio de la creación, desde su dominio, de 50 áreas de protección de la biodiversidad como resultado de los ingresos petroleros de la empresa, de la cual 17 millones de colombianos son parte, en la medida que sus recursos pensionales la apalancan. Más de 10.000 ha de sabanas de altillanura, en el alto río Tillavá se sumarán por esta vía a la antigua y maravillosa red de reservas privadas de la sociedad civil.
Sandra Vilardy, la directora de la iniciativa, llamó a reconocer la codependencia entre el bienestar de los colombianos y la persistencia de los Parques Nacionales y todas las áreas protegidas, que en el país de la megadiversidad deberían ser el eje de su modelo de sostenibilidad, pero aún se confunden con áreas con déficit de columpios. Por ahora, vamos a los Parques para ver cómo van, fue la conclusión más importante, mientras aún subsistan y el Estado entienda que para gestionarlos bien hay que reconocer su valor e importancia, tal vez imaginando qué le pasaría al país si desaparecen de un plumazo. Tarea de candidatos…