La paz y la destrucción creativa

No sé si en la Comisión del Premio Nobel haya habido intención de demostrar una conexión entre los galardonados por paz y economía de este año. Sin embargo, existe un mensaje muy profundo en ambos reconocimientos que respeta la perspectiva de su creador, siempre rodeado de guerra y conflictividad, pero nunca ingenuo: si los seres humanos somos capaces de actos atroces, pese a nuestra inteligencia, ha de ser con esta misma que logremos avanzar hacia un mundo mejor, sin depender de la invención de ningún dios, sino de la capacidad de renovar continuamente la estructura y funcionamiento de la sociedad en nuestros propios términos. Nobel fue agnóstico y luego definitivamente ateo, por lo cual sus aportes a la humanidad estaban basados en una profunda confianza en el ingenio de las personas, las ciencias y las artes.

El reconocimiento a María Corina Machado, con quien no me identifico ideológicamente, pero que celebro, corresponde a esa primera paradoja que plantea la idea de “combatir por la paz”, la interpretación filosófica de la yihad en el Corán que acojo, y que dice que estamos permanentemente en guerra con nosotros mismos, luchando por devenir mejores personas sin necesidad de lastimar a otros, en una conversación activa como la que ha mantenido la líder venezolana en medio de la doble moral de muchos gobernantes que fingen ser demócratas, pero solo si se les mantiene a ellos en el poder por siempre. El premio Nobel no es para santas o santos, es para respaldar una vida coherente en defensa de la libertad, lo que por hoy implica un reto tremendo para la construcción de la transición venezolana a la democracia en la que todas las personas debemos empeñarnos.

La paz no es sólo un discurso, es un impulso que nos plantea el cuestionamiento permanente de las formas de organizarnos y habitar el mundo, que requiere sobreponerse ante aquellas menos justas, menos sostenibles. Por eso el estudio de la destrucción creativa, es decir, de las revoluciones que son capaces de reorganizar la sociedad sin causar un daño mayor, representa la misma paradoja de la paz, pero con vestido económico, el fundamento del galardón a la dupla Aghion-Howitt: la obsolescencia resulta de la innovación permanente, que no se combate en sí, como algunas agendas reformistas sugieren. No hay que extinguir al celacanto para producir un delfín. Las viejas mañas o las injusticias se disuelven en el pasado cuando hay buenas propuestas, un proceso evolutivo que vincula a Schumpeter con la ecología en maneras que no se percibían durante el siglo XX, pero que hoy son la base de las ciencias de la complejidad y los estudios socioecológicos aplicados: no hay duda que estamos ad portas de un premio Nobel en este sentido, donde el bienestar de todos los seres vivos no se garantiza con leyes e instituciones simplistas o autoritarias, sino con creatividad y gestión integral de los territorios, y un profundo respeto por los procesos democráticos.

La destrucción creativa no es la agudización de los conflictos para que de las ruinas emerjan nuevas configuraciones del mundo: ese proceso, además de costoso, solo conduce a la implantación de regímenes autoritarios que, a pesar de lo tentadores que sean por sus promesas de proveer cierto orden, acaban siendo semillero de mafias y de miseria. Una admonición para que Colombia, llevada al desespero por algunos actores electorales, no acabe forzada a elegir entre dos monstruos de minorías extremistas, donde no hay ninguna creatividad, sólo más destrucción.