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Analistas 03/06/2014

Fima

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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A partir del próximo 4 de junio se inicia en Bogotá la IV Feria Internacional del Medio Ambiente (Fima), en el recinto de Corferias. Se trata de un evento muy interesante pues además de las muestras de tecnología ambiental más avanzadas para manejo y tratamiento de aguas, suelos, residuos sólidos y contaminantes, presentará un panorama menos simplista de los problemas que afronta el país y sus posibles soluciones. La agenda académica del evento, que ya circula por las redes sociales, está enfocada en la gestión integral del agua, es decir, no solamente en el análisis de la tubería, sino en el manejo completo de los ciclos hidrológicos, que incluye desde su regulación biológica hasta la institucional, una expresión de que estamos entendiendo el carácter socioecológico de la realidad.  

Reconocer el carácter vivo del agua es uno de los retos más complejos en una administración pública: no es fácil entender que debamos “purificar” el líquido para consumirlo y luego tirarlo “recién infectado”, mientras necesitamos que decenas de miles de especies de plantas, animales y microorganismos  intervengan para mantener sana la circulación de ríos y océanos, al tiempo que conectan toda la funcionalidad ecológica planetaria. Esta vivacidad del agua no es fácil de percibir cuando compramos (innecesariamente) una botella, gesto que contribuye a romper la conciencia de la conexión que debemos mantener con los ecosistemas que la mantienen: porque no son las empresas las que garantizan la disponibilidad del líquido, así participen, responsable o irresponsablemente  en una pequeña porción del mismo. 

De tener ríos vivos depende todo: así nacieron las grandes civilizaciones, y en Colombia fueron los grandes sistemas pantanosos los que albergaron y alimentaron millones de habitantes antes de la llegada de los castellanos, que sólo entendían de desiertos y desecaciones. Aunque de seguro el Quijote hubiera remado con gusto entre las grandes ciénagas ecuatoriales, clamando contra otra clase de gigantes y molinos… Humedales que hoy hemos destruido gracias a la aplicación concienzuda de diversas prácticas productivas y de apropiación de tierras que encontraron en retroexcavadoras, dragas y sistemas de exclusas o bombeo, su mejor aliado: maquinaria que verán en Fima y que esperamos se utilice con la mayor eficiencia que da la innovación tecnológica y una visión social para lo contrario: restaurar la vida del agua. 

Escuelas flotantes para mantener las actividades lectivas todo el año, mejor transporte fluvial, sistemas agrícolas anfibios, como los de Zenúes y Muiscas, casas palafíticas con acceso a energía limpia y servicios públicos completos hacen parte de una revolución a la que el fenómeno de la Niña nos obliga, pues descubrimos con asombro que, además de que el 50% del territorio nacional son mares (habrá un día de los océanos en la feria), otro 30% del territorio continental corresponde a humedales. Es decir, el país contaría, según se publicará próximamente en el “Atlas de humedales de Colombia” con un área cercana a las 30 millones de hectáreas de ecosistemas fundamentalmente acuáticos, que incluyen lagos, ríos y ciénagas indudablemente, pero con todas sus planicies de inundación de las que dependen, en las cuales son los bosques inundados,  morichales llaneros, campanales de La Mojana (dueña mítica de los humedales), varzeas amazónicas, turberas de páramo o cativales del Atrato (casi extintos), y por supuesto los resilientes manglares de ambas costas, los responsables de que no solo haya agua para beber, sino madera para aprovechar, semillas para sembrar, suelo para cultivar, territorio para celebrar. Si miramos con cuidado, tal vez nos demos cuenta que en Fima no hay alambre de púas…  

Colombia es territorio de agua, probablemente tanto como Finlandia o Canadá, países que atesoran y defienden sus lagos como oro, o como en Brasil, donde después de décadas de conflictos por la tierra en Matogrosso (“El Pantanal”) se dieron cuenta que esta no era la que valía, sino el agua que la inundaba  y la selva que le daba vida. Reconocer que el país puede ser feliz con la inundación no será tarea fácil, pero el reto es re-adaptarnos a lo que somos, pues el agua nos gobierna, no al contrario.

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