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Analistas 15/12/2025

Historia que se repite

María Claudia Lacouture
Presidenta de AmCham Colombia y Aliadas
La República Más

Recordar la historia es más que un ejercicio de nostalgia porque, como dice el dicho tan mencionado en Colombia, “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. Recientemente, en una conversación con Julio Londoño, recordaba dos episodios de la Colombia de los 80 y 90 que bien aplican al momento actual, dos episodios que enseñaron que la relación con Estados Unidos va mucho más allá de las disputas de los gobernantes y, sobre todo, que el camino de la diplomacia y de construir propuestas sobre los intereses comunes de los dos pueblos da mejores réditos que la confrontación.

En 1988, mientras las flores colombianas se marchitaban en las aduanas de Miami bajo inspecciones “extraordinarias”, en Bogotá cundía la sensación de que Washington había decidido castigar a todo un país por la captura y posterior liberación de Jorge Luis Ochoa: no fue un bloqueo formal, pero para exportadores y viajeros se sintió como tal, con cargas perecederas retenidas, filas interminables, negocios en vilo y una marca de sospecha sobre el pasaporte colombiano.

Pocos años después, el portaaviones USS John F. Kennedy y unidades navales estadounidenses se acercaron a las costas colombianas, en pleno guayabo de la invasión a Panamá y bajo la bandera de la “guerra contra las drogas”. Tras el rechazo colombiano, una reunión en Cartagena del presidente Virgilio Barco con su colega estadounidense George H. W. Bush, zanjó la crisis que después desembocó en una Iniciativa Andina, con más cooperación económica, recursos para el desarrollo alternativo y una narrativa de corresponsabilidad en la lucha contra el narcotráfico.

Desde Bogotá se impulsó la idea de responsabilidad compartida, respeto a la soberanía y mejor acceso para productos legales, cristalizada en la Declaración de Cartagena, que marcó un punto de inflexión en la relación.

Hoy, casi cuatro décadas después, el guion suena inquietantemente familiar, se habla de descertificación, de ayuda suspendida, de visados revocados, hay buques y aviones estadounidenses operando en el Caribe y el Pacífico en nombre de la lucha antidrogas y Bogotá responde con palabras grandes -confrontación, soberanía, denuncias de injerencia, ruptura de la cooperación en inteligencia- que resuenan fuerte en la opinión pública, pero no abren puertas.

Bien valdría la pena repasar esa historia, no para repetirla mecánicamente, sino para que, si el ciclo vuelve, transformarlo en oportunidades, encontrar otra vez puntos en común, generar más zanahoria que garrote, entender que el desacuerdo no tiene por qué llevar al divorcio estratégico y abrir una agenda positiva en torno a seguridad, migración, transición energética y reindustrialización.

Al final, la historia de esos años demuestra que, cuando se impone el orgullo y cada lado se atrinchera en su verdad, todos pierden, pero cuando se pone el foco en lo que une a las sociedades -no solo a sus gobiernos- y se cuidan los canales de confianza que han tomado décadas en construirse, la relación deja de ser una cadena de crisis y se convierte en un proyecto compartido.

La historia ya escribió un primer borrador, de nosotros depende no repetirlo como tragedia, sino reescribirlo como una nueva oportunidad de acercamiento inteligente.

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