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Analistas 08/11/2022

Clima y reforma agraria

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Una de las propuestas más ambiciosas del presente gobierno es restituir el control de la ruralidad a grupos indígenas, afro y productores campesinos con el fin de promover la recuperación ecológica y cultural del territorio y con ello, la soberanía alimentaria, parcialmente perdida con los tratados de “libre” comercio. La iniciativa debería permitirnos, al tiempo que se acelera el cumplimiento de los acuerdos de paz, construir una economía rural novedosa, basada en el aprovechamiento de la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas, es decir, una parte de la tan anhelada bioeconomía, siendo la otra la biotecnología, tema de futuras columnas.

Hay dos dimensiones controversiales a considerar en esta perspectiva: el cambio climático y los conocimientos ancestrales, que deberían hacer parte de una estrategia más integral de sostenibilidad, toda vez que las condiciones del presente para la reforma agraria no se parecen a las de las décadas pasadas y tenemos más y mejor conocimiento acerca de nosotros mismos como colombianos y de los efectos acumulados de los diversos modos de producción, muy arraigados en los modelos hispánicos y coloniales, transformados luego por las bondades y maldades de la “revolución verde”, más agroquímica que verde, pero que hoy nos pasa una cuenta de cobro delicada en términos de salud, desempleo rural y dependencia del comercio internacional y los combustibles fósiles. El componente irreversible del cambio climático se manifestará de manera creciente en eventos extremos e incertidumbre, limitando el restablecimiento de la producción campesina tal como existe en las mentes de muchas comunidades e instituciones.

Es duro decirlo, y muchos productores ya lo saben y están reaccionando a ello, los cultivos a campo abierto irán perdiendo viabilidad debido a la creciente intensidad de aguaceros, granizadas, vendavales o veranos más prolongados, todo ello con la consecuente variación de las dinámicas biológicas reguladoras de ciclos de nutrientes o funciones ecológicas complejas donde interactúan bacterias, hongos, invertebrados e insectos, todos en carrera adaptativa al calentamiento. La producción del futuro deberá hacerse en ambientes cada vez más controlados climáticamente.

Aparte, es posible que el retóricamente citado conocimiento indígena tradicional tenga limitaciones para confrontar las condiciones cambiantes de la biosfera y así adaptarnos: si bien en territorios complejos como las selvas ecuatoriales su sabiduría no tiene parangón, el cambio ambiental será extremo y no existen referencias culturales al nuevo planeta ya creado. En el caso de comunidades campesinas, el tema es mucho más delicado, pues sin refutar la relevancia de su experiencia productiva, que puede llegar a ser una clave de la restauración, tampoco se puede idealizar, sabiendo que su perspectiva de la vida rural se concentra en resolver los problemas agroecológicos del territorio, donde la biodiversidad silvestre es vista aún como una grave limitación a la producción: aunque están cambiando, pocas comunidades campesinas ven con buenos ojos “el monte” y sus bichos, fuente de servicios ecosistémicos.

Una reforma agroambiental del siglo 21 con capacidades reales de afrontar cambio climático y garantizar bienestar a las comunidades rurales requiere una perspectiva muy diferente de la producción, con criterios de sostenibilidad que algunos creen que vendrán “después de recuperar el control de la tierra”. ¿Y si lo miramos antes? ¿Y con mucha más ciencia?

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