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Analistas 21/10/2025

Paz. Un imposible sin guerra

Andrés Guillén G.
Socio director Guillen & Guillen Abogados

El título puede sonar paradójico, pero en realidad, no lo es. Negar esta afirmación es ir en contra de una realidad histórica que ha marcado el desarrollo de la humanidad. No es necesario ser historiador para reconocer que la guerra ha sido una constante en nuestra existencia como especie. Ningún otro ser viviente se enfrasca en guerras, solamente nosotros, los racionales ¡Qué ironía tan grande! A lo largo de la historia las grandes transformaciones han ocurrido en medio y/o por causas de conflictos bélicos. Admitir esto puede resultar impopular, ya que vivimos en una sociedad que tiende a anestesiarse ante la cruda realidad.

Tratamos, vanamente, de ignorar el hecho de que las guerras han sido parte de nuestra historia y lo serán del futuro. No parece vislumbrarse un cambio significativo en la naturaleza humana o en la estructura social que sugiera un fin a estos conflictos. A pesar de los avances dudo que lleguemos a un estado de evolución que nos permita vivir sin guerras. A lo largo de la historia de la civilización, hemos aprendido a convivir con la guerra. Nos hemos adaptado a vivir en un entorno conflictivo, que es inherente a nuestra condición humana. Tratar de erradicar estos conflictos es una utopía y negarlos una torpeza. Es similar a desear vivir sin enfermedades: suena ideal, pero es completamente irreal en este momento. Esto no significa que debamos estar dispuestos a vivir destruyéndonos entre nosotros.

Para evitar guerras devastadoras e injustificadas, es fundamental contar con un poderío sólido en diversas áreas. Esto incluye no solo las fuerzas armadas, que deben tener la capacidad de golpear, disuadir, sino también contar con poderío económico, con poderío en el sector industrial y empresarial para generar empleo y riqueza.

Nuestros líderes políticos deben poseer la determinación y valentía moral y ética para guiar a la nación bajo principios justos y claros, pero sobre todo la decisión política de luchar, incluso de hacer la guerra, contra quienes obran al margen de la ley. La paz, el progreso y la justicia solo se lograrán si hay una firme decisión de aplicar la ley. Es crucial dotar a las instituciones del Estado, como el sistema judicial y las fuerzas de seguridad, de los recursos necesarios para hacer frente a quienes operan al margen de la ley. Siempre habrá individuos que actúen de manera equivocada y dañina, ignorando los derechos de los demás. No se trata de opresión, sino de vivir en un estado de derecho que garantice justicia. Cada persona debe recibir lo que le corresponde: recompensas por su buen actuar y sanciones por sus acciones ilícitas.

La palabra represión ha sido mal entendida y estigmatizada por ciertos sectores que se autodenominan progresistas, nada más contrario al progreso que permitir y no reprimir a los delincuentes. No hablo de una represión que conlleve a desconocer derechos, no, bajo ninguna circunstancia, hablo de un ataque, sí así, contra quienes delinquen. Me pregunto ¿cuál es el temor de los líderes al actuar con firmeza en pro del bienestar común? Proteger a las minorías no debe ser un objetivo excluyente; es igualmente importante proteger a las mayorías. Los delincuentes, en cualquiera de sus manifestaciones, no deben ser premiados. Esta es la verdadera guerra que debemos enfrentar. Ser un líder no implica agradar a todos, sino tomar decisiones difíciles por el bien de la sociedad. La falta de claridad en los valores y principios ha generado confusión y desorientación.

Necesitamos un liderazgo fuerte, claro y transparente, que nos guíe en la lucha contra aquellos que actúan en contra de los derechos ajenos. Esta no es una postura fanática, sino una defensa de la justicia. Vivimos en una época en la que los derechos se han desbordado, a menudo sin un reconocimiento de las responsabilidades que conllevan.

Como bien dice el expresidente César Gaviria en un aparte de su libro “Entrelazados”: “Los hombres tenemos demasiados defectos, instintos perversos, egoístas, ambición de poder y necesidad de reconocimiento”. Esta, muy acertada posición, implica, en mi criterio, que debemos aprender a controlarnos y actuar socialmente sin perjudicar a los demás y que, si no lo hacemos, debemos ser objetos de castigo. Aquellos que no lo hagan deben ser objeto de una guerra, entendiendo “guerra” como sanción y no como violencia destructiva.

Guerra equivocada la del gobierno con el de Estados Unidos.

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