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Analistas 30/07/2023

¿Me regala una monedita de $10.000?

Hace muchos años, cuando era todavía una niña, descubrí que un empleado de la droguería de mi familia, en Condoto (Chocó), se estaba embolsillando $1.000, producto de alguna venta. El billete lo recuerdo como si fuera ayer: era azul y tenía la imagen del libertador Simón Bolívar y a los héroes del Pantano de Vargas, en el respaldo. Un tremendo botín en ese entonces, cuando el salario mínimo estaba por encima de los $7.000, es decir un 14 % del salario mínimo de hoy, la ‘bobadita’ de $160.000.

Además de su habilidad para echarse la plata en el bolsillo derecho del pantalón y el recuerdo de no volverlo a ver en la farmacia, me quedó grabada la imagen del billete, a tal punto que me obsesioné con las imágenes de los que circulaban y me emocionaba cada vez que el Banco de la República salía con una moneda o una denominación nueva.

Años después, en una despedida de fin de año para periodistas, el banco central nos entregó un álbum con billetes que había conocido en la infancia, y otros que no alcancé a reconocer: un peso oro, de dos pesos, de cinco, de 20, de 100, de 200, de 500…todos con imágenes de figuras y ¡oh sorpresa!, el de $1.000 causante del despido del trabajador de la droguería. Pensaba que nunca más lo volvería a ver.

También me gustaban las monedas que hoy son fabricadas en Ibagué y hechas en cobre, aluminio y níquel. Las uso para pagarle al señor que cuida el carro, para comprarle bolsas de basura a la señora que las ofrece en el semáforo y ya, muy pocas de ellas, para guardarlas en la alcancía. Actualmente, por cuenta de una inflación acumulada que supera el 12 % efectivo anual, desistí de seguir alimentando el marranito de barro al que sacrifico cada fin de año y si de ponerle billetes se tratara, lo haría en dólares (así hoy le coquetee a los $4.000).

Pero lo que me ha puesto a reflexionar es que, para la celebración de sus 100 años, el Emisor lanzó una nueva denominación conmemorativa de la moneda de $10.000, cuyo diseño está inspirado en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo en 1823. Si bien eso no significa una emisión, ni que vaya a salir a circulación pronto (de hecho es la segunda edición de este tipo), fue inevitable pensar en qué pasaría si la bendita moneda, que ya se puede comprar hasta agotar existencias, terminara circulando en espacios cotidianos.

Hoy esos $10.000 equivalen a tres pasajes de TransMilenio, a la cuota inicial de una six pack y casi a la mitad de un almuerzo ejecutivo. Nada que hacer. Es mejor que se quede en el estatus de moneda emblemática para que los numismáticos la atesoren y quizá, la vendan cara después por su alto valor histórico, cuando las billeteras digitales, los códigos QR, los links de pagos y las monedas digitales, manden la parada en las transacciones.

Pero si de poder adquisitivo se trata, una moneda de esta denominación llevaría las de perder y por eso no sería raro escuchar en alguna calle de alguna ciudad de nuestro país:

“¡Hey monita. ¿Tiene una monedita de $10.000 que me regale?”.

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