MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En la discusión sobre el futuro de la movilidad urbana, se suele caer en un falso dilema: ¿metro o buses? ¿ciclovías o tranvías? ¿teleférico o tren ligero? Como si se tratara de una competencia por el sistema “definitivo” que salvará nuestras ciudades del tráfico y la contaminación. Pero la experiencia de proyectos exitosos demuestra que no hay un modo único que lo resuelva todo. La clave está en la integración.
El teleférico urbano es quizá el ejemplo más claro de cómo un sistema puede sumarse, sin desplazar a otros, para crear una red más eficiente. En ciudades como Bogotá o Ciudad de México, solo por hablar de ejemplos en nuestra región, no pretende sustituir al Transmilenio, al metro o al bus zonal: los complementa. Y lo hace resolviendo un problema concreto que otros modos no pueden atender con la misma eficiencia: mover grandes cantidades de personas en zonas de difícil acceso, superando barreras físicas que parecían infranqueables.
Su fuerza radica en la adaptabilidad. Un teleférico puede conectar una montaña con un intercambiador de buses, o un barrio periférico con una estación de transporte público, sin que el usuario tenga que caminar largas distancias o hacer múltiples transbordos. El impacto es tangible: descongestiona corredores viales en horas pico, reduce la presión sobre rutas saturadas y abre una puerta de acceso directo a centros de empleo, educación y salud. Lo vimos en Ciudad de México con el Cablebús, integrado a la red de Metro y Metrobús, y lo vivimos en Bogotá con el TransMiCable, que conecta con Transmilenio y rutas zonales para transformar la movilidad en el suroriente.
Pero sus beneficios van más allá de lo funcional. Un teleférico integra comunidades, reduce desigualdades y derriba la barrera psicológica de la lejanía. No es casualidad que, en barrios donde ha llegado, se perciba no sólo un ahorro de tiempo, sino también un aumento en la participación ciudadana y en el acceso a oportunidades.
Parte de este éxito tiene que ver con la ingeniería detrás del sistema. Empresas como Doppelmayr han perfeccionado una arquitectura modular que se adapta a casi cualquier infraestructura existente, sin alterar de manera agresiva el entorno urbano. La misma tecnología ha sido probada en más de 96 países con geografías tan diversas como ríos anchos, colinas empinadas o barrios en medio de las montañas. Y en todos los casos, la lógica es la misma: sumar capacidades a la red, no restar.
El teleférico no es una “competencia” para otros modos de transporte. Es el puente que permite que la red multimodal funcione mejor, que sea más accesible, más rápida y, sobre todo, más limpia. Su accionamiento eléctrico elimina emisiones locales, y si se alimenta de energías renovables, puede operar con una huella de carbono prácticamente nula.
Cuando pensamos en el futuro de la movilidad, deberíamos dejar de buscar “el” sistema que lo solucione todo y empezar a pensar en “la” red que lo conecte todo. Y en esa red, un teleférico bien integrado no es un lujo: es una pieza clave.