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Las cifras recientes sobre el mercado laboral son positivas. Luego de varios lustros con una tasa de desempleo de dos dígitos, que era casi estructural, completamos seis meses en 2024 y siete en lo que va de 2025 (o un año seguido en la serie desestacionalizada) con tasas de un solo dígito y ahora más cercanas a 8%.
Sin embargo, estas cifras hay que mirarlas en detalle en al menos dos dimensiones. La primera es el creciente nivel de inactividad de los últimos dos años. Los números del mercado laboral muestran que se está operando con una menor oferta (Tasa global de participación - TGP) y una menor demanda (Tasa de Ocupación) al compararnos con los años anteriores al covid-19. En efecto la TGP fue en promedio de 66% antes de la pandemia (2015-2019) y ha caído hasta 64% luego de ella (2022-2025), algo que replica la demanda laboral, pues la tasa de ocupación pasó de 60% antes de la pandemia a 57% luego del covid-19.
Esto significa que hay un creciente nivel de inactividad que las cifras también evidencian. Por ejemplo, las personas inactivas (las que no trabajan ni buscan trabajo) subieron en promedio 300.000 cada mes en 2024 y, en 2025, lo han hecho a un promedio de 200.000 desde abril.
Las razones para esto surgen de la consecución de ingresos de otras fuentes. La más notable proviene de las remesas de los trabajadores en el exterior, que crecen a 14% en el último año, llegando a los US$13.000 millones, y pueden ser el sustento de muchas familias en algunas zonas del país.
La segunda dimensión es la informalidad. Aunque en los meses recientes se ha estabilizado la tendencia de crecimiento que traía la generación de empleo informal, la verdad estructural es que este tipo de empleo sigue siendo más de 40% del total de trabajos generados en la economía. Esta cifra es muy alta si se compara con 32% de México, 24% de Chile, o incluso 17% del promedio de los países de la Ocde, y tiene tendencia a empeorar cuando la economía internalice totalmente los mayores costos derivados de la reciente reforma laboral.
Estas dos dimensiones muestran que más que celebrar hay mucho por hacer en el próximo cuatrienio también en este frente. Por ello, el debate electoral debería empezar a incluir propuestas que incentiven la generación de empleo formal y que nos hagan menos dependientes de burbujas de consumo de difícil control.
Las propuestas deben iniciar por aquellas en las que hay cierto nivel de consenso técnico, para luego avanzar en temas más detallados. Por ejemplo, resulta fundamental diseñar una política pública que promueve el crecimiento. El apoyo a sectores clave para la inversión y la generación de mano de obra formal como la industria minero-energética, la construcción, y la infraestructura resulta vital.
Además, es clave, por un lado, evitar subir el salario mínimo más allá de la suma de la inflación y la productividad pues esto no solo genera inflación sino informalidad. Y, por otro, revisar la estructura de costos no salariales y verificar cuáles son susceptible de reducirse o eliminar.
A muchos les causa gracia que no participe en la polarización actual, escogiendo enemigos y criticando todo de un lado u otro. Pero la verdad creo firmemente en que es mucho más relevante presionar la inclusión pronta en el debate electoral de una agenda programática. El año entrante está en juego el futuro de nuestros hijos.
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