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Hace unas semanas me echaron de un chat de “uribistas” en WhatsApp. Al parecer uno de los administradores de ese chat decidió que yo era una persona demasiado “tibia” para ser uribista. Mi pecado: haber defendido la decisión del entonces canciller Carlos Holmes Trujillo de abstenerse de votar en la resolución de la ONU que condena el embargo de EE.UU. a la dictadura de Cuba. Abstenerse de votar esa resolución es lo mismo que votar en contra de Cuba, y a favor de EE.UU. Pero parece ser que en este mundo de locos en el que nos está tocando vivir, para algunos dentro del uribismo, lo único válido para lidiar con Cuba es una invasión, o algo así. En fin…
Lo que me pasó a mí con los contertulios uribistas es sintomático de lo que está pasando entre una parte del uribismo y el gobierno de Duque. Soy amigo personal del presidente Duque, y creo que es un gran presidente. Considero que es una persona que representa todas las facetas lógicas del uribismo: la confianza inversionista, la cohesión social, el respeto por las instituciones, y, quizás lo más importante de todo, la seguridad democrática. Ahora, lo que sí no es Duque es un dictador, ni es un fundamentalista religioso que piensa que todo el mundo debe tener las mismas creencias que tiene él.
Preocupa lo que está pasando dentro de la coalición de derecha, porque nos deja a muchos en un limbo. Si la idea ahora es que para uno ser de derecha en Colombia se tiene que oponer a las libertades individuales, o al matrimonio entre homosexuales, por ejemplo, pues entonces que me bajen de ese bus inmediatamente. ¿De acá a cuando el gobierno debe tener algún decir sobre lo que cada individuo decida hacer en su cama, mientras esa relación sea consensuada y con mayores de edad? De la misma forma, comparto con mis contertulios de derecha en que hay que limitar las “protestas sociales”. Vándalo que actúe, vándalo que recibe su buena reprimenda de parte del Esmad, así como sucede en cualquier país normal del mundo.
Si quieren protestar en el Parque Nacional, sin obstaculizar el tráfico, y sin pintar paredes, pues bienvenidos. Pero la libertad de un individuo llega solo hasta el momento en que no interfiera con la libertad del otro.
Preocupa también la clara animadversión que demuestran algunos extremistas de derecha en contra del ministro Carrasquilla. Carrasquilla es una persona de derecha. Pero Alberto NO es un demagogo de derecha.
Me desespera ver como muchos contertulios de derecha piden menos impuestos “para la clase media”, cuando la clase media de Colombia paga muy pocos impuestos comparado con otros países que tienen el mismo nivel de ingresos. Y al mismo tiempo que piden menos impuestos para la clase media, exigen más servicios públicos y más gasto en defensa. Y cuando una contrapuntea la demagogia exigiendo que muestren la matemática, la respuesta siempre es la misma: es que los políticos se roban la plata. Si no robaran, según algunos, alcanzaría para todo. Los que conocemos los números sabemos que eso no es cierto. Es obvio que hay robo, pero el recaudo fiscal en Colombia es apenas la mitad del recaudo que tiene un país como Brasil.
La demagogia de derecha es igual de dañina, si no peor, que la demagogia de izquierda. Preocupa y desespera, entre otras, porque entre más obstáculos le ponga la “derecha” a Duque, mayor será la probabilidad de que un personaje como Petro gane las próximas elecciones. Que toque escribir esto demuestra nuestra tragedia.