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ANALISTAS 04/09/2025

Positivismo tóxico

Alba Lucía García Suárez
Gerente general de Alfa Asesores y Consultores

Ese maquillaje de “todo va bien” no nos motiva: nos está dejando ciegos.

Nos han vendido la idea de que mostrar únicamente lo positivo es sinónimo de progreso. La narrativa del “todo va bien” se convirtió en un hábito político y empresarial, un positivismo que, en vez de motivar, nos está volviendo ciegos. Es lo que podríamos llamar un “positivismo tóxico”: la obsesión por mostrar solo lo bueno, mientras se esconde lo que duele, lo que no funciona y lo que se está perdiendo.

En Colombia, esa narrativa de éxito oculta los desafíos de miles de emprendimientos que han tenido que cerrar sus puertas por reformas que, en lugar de aliviar, terminaron asfixiando. Esa actitud nos ha llevado a ignorar problemas que saltan a la vista en cualquier esquina de las regiones. Mientras en Bogotá los discursos oficiales insisten en que las reformas traerán prosperidad, en ciudades como Ibagué, El Espinal, Honda o Chaparral, los negocios familiares bajan sus cortinas en silencio. Son tiendas de barrio que no logran cubrir el arriendo, restaurantes que no aguantan los costos de los insumos, talleres presionados por nuevos impuestos. Y al final, familias enteras quedan sin sustento y migran a la informalidad para sobrevivir.

El Tolima es un espejo de este panorama. En Ibagué, el comercio tradicional ha recibido golpe tras golpe con cada reforma tributaria. En municipios agrícolas como El Espinal, los campesinos denuncian que vender formalmente es cada vez menos rentable porque trámites e impuestos superan la ganancia. En el norte del departamento, decenas de pequeños hoteles y restaurantes ligados al turismo de naturaleza no sobrevivieron a la presión postpandemia ni a la carga impositiva, pero nadie hace un balance real de esas pérdidas. Lo más preocupante es que mientras esto ocurre, los congresistas que deberían defender a su gente optan por el silencio. Guardan prudencia en las plenarias y luego se suman sonrientes a las fotos de inauguraciones, como si cortar una cinta resolviera el drama de cientos de familias sin empleo.

Este positivismo tóxico no solo maquilla los problemas: también castiga la crítica. En lo público, quien señala vacíos es tachado de opositor. En lo privado, el emprendedor que admite que no puede más es estigmatizado como fracasado. Hemos confundido la crítica con negatividad. La verdad es que la crítica no mata; lo que mata es el silencio. Los negocios no cierran por falta de “actitud positiva”, cierran porque el Estado se volvió un socio abusivo que cobra mucho y devuelve poco.

Seguir escondiendo el problema bajo un optimismo vacío es condenarnos a repetirlo. Hoy necesitamos un cambio: aceptar la crítica como herramienta de mejora, diseñar políticas que entiendan las dinámicas regionales, adelgazar un Estado paquidérmico, reformar el sistema tributario aliviando la carga de los pequeños, entender la importancia de la sinergia entre lo público y lo privado. Necesitamos dejar de fingir que todo está bien, hablar con la verdad y construir incluso desde el fracaso.

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