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Tal parece que para “evitar” el apocalíptico fin del planeta debemos pegarnos del pedal del freno y recordar que las mejores cosas de la vida se viven a fuego lento.
Nos hemos acostumbrado a vivir al ritmo de los bienes de consumo de rápido movimiento: productos de consumo no duraderos que tienen una gran demanda, una alta tasa de rotación y lo peor… una vida útil demasiado corta.
Quizás en términos de sostenibilidad la velocidad a la que camina la moda nos ha hecho escuchar por todos lados conceptos como el de la moda rápida y en contraposición -desde lo sostenible- la moda lenta. Pero pocas veces extrapolamos tal concepto a otros frentes de consumo y menos al ritmo en que hoy la mayoría viajamos por la vida.
Frenar el Fast fashion y volverlo lento es una apuesta muy grande en el mundo de la moda para cumplir con la agenda 2030 o quizás -en algunos casos- para captar la atención del mercado a través de una apuesta aparentemente sostenible. Sea cual sea el caso, en realidad pocas veces nos cuestionamos sobre la velocidad a la que viaja nuestra vida en general y lo mucho que eso afecta nuestra salud mental, física y espiritual sino también al planeta y la sociedad.
Aclamamos con insistencia el beso y el abrazo lento, las relaciones duraderas y ser felices hasta que la muerte nos separe. Pero cambiamos cada año el celular, el televisor y el automóvil. De la misma manera, lo aplicamos a la forma en que ejercítanos y cuidamos nuestro cuerpo, pues siempre buscamos el atajo más fácil para obtener el cuerpo que deseamos.
Nos alimentamos de manera inconsciente sin saber siquiera de donde provienen los alimentos que hay en nuestra mesa. Nos vestimos con prendas industrializadas que están diseñadas para durar poco tiempo y que en muchos casos son producidas bajo prácticas nefastas de explotación infantil o de género en países que atentan contra la sostenibilidad social y sin hablar por supuesto de la gran huella de carbono que se genera al traerlos al país. Sin darnos cuenta y sin ser conscientes de muchas de nuestras acciones, cada minuto de nuestras vidas estamos apoyando a la industria rápida. Una práctica a todas luces insostenible cuya tendencia de consumo hace que este planeta gire y gire a toda máquina para complacer nuestros deseos más efímeros.
Estamos a tiempo de hundir “paulatinamente” el freno y bajarle la presión al pedal del acelerador del consumo rápido, para que cuando nos demos cuenta de que en realidad el planeta necesita mejores acciones el “frenón en seco” no traiga otras consecuencias que lamentar.
Ir lento por la vida, es consumir lento, apreciar el paisaje, elevar la capacidad de disfrute y comprender el valor de las cosas simples, volver al origen y dejar de complicarnos tanto. Porque consumir de manera consciente y disfrutar la vida en todas sus manifestaciones es también una bonita muestra de consciencia con el planeta y la sociedad.
Vamos hundiendo el freno suavemente, desacelerando un poco y de poco en poco haremos mucho. Empecemos por encontrar aquellos productos de lento movimiento y larga vida, así como el beso lento, el abrazo largo y un para siempre. Romanticemos un poco el consumo y volvamos a aquella nevera azul que iba más allá de un “hasta que la muerte nos separe”.