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ALTA GERENCIA

Dirección estilos y sus efectos

lunes, 7 de abril de 2014
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Fernando Albán Díaz del Castillo

A lo largo de 34 años de vida laboral, trabajé con jefes de la más variada índole, que ostentaban estilos de dirección diferentes, únicos e irrepetibles, que influenciaron mi trabajo de diversas maneras; algunos fueron excelentes líderes y grandes motivadores, otros por el contrario fueron, lo que yo llamo “asesinos del entusiasmo”; los hubo perfeccionistas, inseguros y controladores, así como inspiradores, reconocedores de los logros y con una gran capacidad para guiar el desempeño, inculcar y transmitir sus experiencias y conocimientos.

Dependiendo del estilo predominante de cada cual, puedo decir que padecí a algunos jefes, así como disfruté de períodos laborales muy agradables y fructíferos con otros. El propósito de esta nota, es el de tratar de explicar, a partir de mi experiencia, cuál es el efecto de cada estilo de dirección en los subalternos.

El perfeccionista
Considera que es la única persona capaz de realizar el trabajo y que nadie puede hacerlo con la misma calidad que él, por lo que malgasta su tiempo rehaciendo y corrigiendo el trabajo realizado por sus subalternos. El efecto es devastador en el equipo de trabajo, porque golpea la autoestima de los colaboradores, a quienes hace sentir inútiles e ineficientes.

El controlador
Quiere que todos estén permanentemente en su puesto de trabajo, está pendiente de las horas de entrada y de salida, realiza rondas constantes para percatarse de lo que están haciendo sus subalternos y le molestan las conversaciones, las llamadas telefónicas y hasta las entradas al baño. Los colaboradores, para contrarrestar el excesivo control, en vez de concentrarse en el trabajo, invierten su tiempo en ingeniar todo tipo de artimañas para burlar la vigilancia y simular que trabajan. La falta de confianza que se genera, es un factor muy negativo especialmente si se persigue el compromiso y la cohesión del equipo de trabajo.

El que no comunica
Nunca nadie sabe lo que tiene en mente ni lo que quiere, porque no da espacios para la comunicación con su equipo.

Cree que todo el mundo piensa y actúa con su misma lógica y se enfurece cuando sus colaboradores hacen cosas distintas a las que él quería. Como consecuencia de la incomunicación, los subalternos todo el tiempo están tratando de adivinar qué es lo que el jefe quiere y cómo enfrentarán su furia si no aciertan en el vaticinio.

El que no toma decisiones
Todo tiene que pensarlo mil veces, es adverso al riesgo y le atemoriza equivocarse, por lo que pospone las decisiones hasta el último momento. Como consecuencia los subalternos se exasperan y el trabajo se retrasa.

El poderoso
Se rodea de empleados que lo secunden sin hacerle sombra; todo se le debe consultar y se enfurece cuando alguien lo contradice o actúa sin su consentimiento. En todo momento procura incrementar su dominio dentro de la empresa y no pierden ocasión para demostrar su poder. Los subalternos como mecanismo de defensa, estarán prestos a apoyar todo lo que el jefe diga, así sepan que está cometiendo un tremendo error; mientras unos le temen, otros aprovechan las circunstancias para ganarse sus favores, aparentando lealtad incondicional.

Líder sin dominio
Los hay de dos clases: el que reconociendo su falta de conocimiento, busca la asesoría de sus subalternos y rápidamente aprende de la experiencia de ellos, y el que a pesar de su desconocimiento pretende saber más que los que llevan años trabajando en el tema. El primero, formará un excelente equipo apoyado en sus subalternos, mientras que el segundo será fuente de inmensos conflictos y costosos errores.

El que deja hacer
Asigna las tareas, fija los plazos, metas y objetivos y se concentra en el cumplimiento de los mismos, permitiendo que los colaboradores establezcan la forma de hacer el trabajo. Está disponible para aclarar dudas y realiza reuniones de seguimiento. Pide opiniones, acepta sugerencias y lo más importante, reconoce sus errores. Como consecuencia de este estilo de liderazgo, la creatividad de los colaboradores se dispara, así como el entusiasmo por el desarrollo de las tareas y cumplimiento de las metas. El equipo trabaja con tranquilidad y se elevan los niveles de confianza; es sin lugar a dudas, el jefe ideal.

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