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Cuando en el sector salud hablamos de Responsabilidad Social Empresarial, frecuentemente olvidamos que este tema debe abordarse desde la perspectiva de las personas.
Además de hablar del cuidado del ambiente, de las condiciones externas del entorno en que los empleados pasamos la mayoría de nuestro tiempo; debemos partir de una mirada al interior de nuestros colaboradores.
No en vano, el área más fascinante de la medicina es su conexión con el humanismo y la relevancia de la enfermedad como un “drama humano”, que envuelve además de quien la padece a su grupo familiar. Las preguntas iniciales deberían ser: Si nuestra misión normalmente apunta a proteger y mejorar la salud de la población, ¿promovemos esto con el ejemplo?, ¿vivimos realmente defendiendo nuestro ambiente interno en una forma saludable?, o ¿esperamos a que ese “drama humano” toque a nuestra puerta para hablar de la necesidad de recuperar la salud?.
Son varios los grupos de interés que involucra el sector salud, desde la academia, la industria productora de medicamentos e insumos para la salud, los aseguradores, los prestadores, los profesionales en todas sus dimensiones y especialidades, quienes finalmente tenemos esa “Responsabilidad Social Compartida”: mejorar la salud de las comunidades.
Desde la perspectiva de la industria o la figura empresarial en general, como directa responsable de esta tarea, la convicción es que el mejoramiento de los indicadores de salud de una población es una tarea continua, de aprendizaje cotidiano, de compromiso con la visión compartida de lograr mayor bienestar para todos, y de hacer más llevadera la misma vida. No se trata solo de innovar, desarrollar productos, ni de lanzarlos acompañados de grandes planes estratégicos a un “mercado” de manera exitosa; se trata de que cada acción, cada estrategia que se defina aporte tanto al logro legítimo de los objetivos del negocio, como al mejoramiento de las condiciones de vida de quienes trabajan por ese logro, además de todos los involucrados en el proceso.
El inicio de una actividad productiva arranca claramente con la invención de algo que no existía o la innovación en algo ya creado previamente. Poner esas capacidades de innovación y desarrollo de productos o ideas al servicio del desarrollo de un país, de una comunidad es la primera responsabilidad compartida. La unión de ese proceso con el desarrollo de las mismas instituciones académicas existentes y el apoyo a los entes que de manera valerosa se dedican a la investigación, debe igualmente ser responsablemente abordado.
La ciencia y la innovación se construyen mejor en el desarrollo de alianzas con la academia, las sociedades científicas y las ONG de cada país. Ellas deben ser motor del desarrollo sostenible de una nación que busque lograr resultados contundentes en el mejoramiento de los indicadores básicos de salud, aumentar la conciencia sobre el autocuidado y la promoción de hábitos saludables en la población, pero insistiendo en que estos avances deben validarse inicialmente al interior de cada organización empresarial.
La responsabilidad social debe ser eso, de cada individuo de la sociedad, de cada integrante de la empresa, que debe mostrar en segundo lugar un real compromiso con el mejoramiento del acceso de la población a todos los bienes necesarios para el cuidado de su salud.
Entornos de trabajo inclusivos
En una población de trabajadores de la salud debe primar el liderazgo con el ejemplo, para valorar ese bien poco preciado que es la salud, cuyo valor solo se entiende cuando se ha perdido. Nuestros entornos de trabajo deben ser los más saludables, tanto física como mentalmente, deben ser inclusivos, ser verdaderos ejemplos de trabajos dignos y justos, fundamentados en la ética y la transparencia.