MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En un país que llega a diciembre con crecimiento moderado y bolsillos apretados, las ciudades necesitan motores reales -no discursos- para cerrar el año con empleo, caja y confianza. Cali tiene uno probado: su Feria. Y lo interesante, para una discusión económica seria, es que ya no hablamos solo de identidad cultural, sino de un activo urbano medible: turismo, hotelería, comercio, economía creativa y miles de trabajos temporales que se convierten en ingresos inmediatos para hogares y empresas.
El balance más reciente consolidado de la Feria 2024 (edición 67) permite dimensionar su tamaño. De acuerdo con los reportes oficiales, la ciudad recibió 73.042 visitantes, con un 22% internacionales, y la ocupación hotelera promedio fue de 81,8%, superando el 76% del año anterior. En paralelo, se reportó un movimiento económico superior a $600.000 millones durante los días del evento. Y, quizás más importante en términos sociales, la Feria activó más de 10.000 empleos directos y más de 30.000 empleos indirectos, en turismo, logística, gastronomía, transporte y producción cultural.
El dato no es un “pico” aislado. En 2023, el Situr Valle informó la llegada de 95 mil turistas, con ingresos superiores a $171 mil millones para la ciudad. Y en la etapa de reactivación, Corfecali y prensa económica ya hablaban de impactos del orden de $400.000 millones y 17.000 empleos alrededor de la Feria. Además, el propio Informe de Gestión de Corfecali 2024 reporta incrementos del 36% en impacto económico y del 14% en valor agregado frente a la edición anterior.
¿Dónde está la lectura de política pública? En que la Feria funciona como una política anticíclica local: concentra demanda en pocos días, acelera ventas y empleo, y fortalece un sector -el cultural y creativo- que en Colombia suele subestimarse como “gasto”. Pero esto solo se convierte en desarrollo si se gobierna bien. Y aquí es donde la administración distrital (incluida la del alcalde Alejandro Eder) tiene un reto claro: capturar más valor y reducir externalidades.
Tres tareas concretas:
Primero, medición consistente y transparente: un tablero anual único (Distrito-Corfecali-Situr) con metodología comparable, para que las cifras no compitan entre sí y sirvan para decisiones presupuestales y de seguridad. Ya existen bases técnicas para hacerlo.
Segundo, formalización inteligente del derrame: permisos ágiles, pagos digitales, trazabilidad de proveedores y encadenamientos con pymes. Si la Feria mueve cientos de miles de millones, una parte relevante debe verse en formalidad, productividad y recaudo, sin ahogar al pequeño comerciante.
Tercero, gestión urbana por zonas: movilidad, ruido, limpieza y seguridad con metas verificables. Incluso en 2024 se reportó un pico de 86% de ocupación hotelera en uno de los días, señal de demanda intensa que exige orden para sostener reputación turística.
La conclusión es simple: Cali no tiene que escoger entre cultura y economía. La Feria demuestra que puede tener ambas. La discusión madura, entonces, no es si la ciudad “se da el lujo” de celebrar, sino si será capaz de administrar esa potencia con datos, reglas y orden. Porque cuando una fiesta genera empleo, turismo y valor agregado, deja de ser fiesta: se vuelve política de competitividad.
Le quedan pocos meses a la administración actual y bien haría el presidente en asumir el liderazgo del gobierno y no permitir esas peleas entre funcionarios que acaban de empeorar
Quizá la pregunta no sea si somos suficientemente “driven”, sino si sabemos dirigir ese impulso. Si nuestra energía está alineada con lo que de verdad importa