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Vengo diciendo de manera reiterada que la sostenibilidad de la democracia en Colombia tiene hoy un nivel de riesgo nunca visto en los últimos 70 años de su vida republicana.
Escribí en el 2024 una columna que titulé: contra el resentimiento y el arribismo.
He sugerido que “de los populismos, ninguno”.
Con esos antecedentes afirmo que, respecto al presente y al futuro de la sostenibilidad democrática del país, no son ni los populismos resentidos de izquierdas cada vez más siniestras ni los populismos de derechas cada vez menos diestras, arribistas, reaccionarias y quietistas, los que van a permitir superar el laberinto de valores, la torre de babel y la falta de brújula en que se encuentra la patria.
No son expresiones cacofónicas como muñecas de la mafia, blanquitos riquitos y alcalduchos, ni tampoco aquellas que califican de residuales y enanitos a voces respetables de oposición al actual gobierno, las que van a crear un lenguaje político edificante para la nación.
El lenguaje procaz , precario y pobre evidencia la falta de creatividad política en la que está entrampada la sociedad colombiana.
No es con caudillismos mesiánicos, ni verbo inflamado y estridente, de sujetos que, o se creen dioses, o ungidos por Dios, como se logra el milagro de la convivencia, la prosperidad, la equidad y la confianza en las instituciones.
No es con el desprecio por la ética en asuntos del derecho, la justicia y la política, que se alcanza el bien común y la dignidad de las personas.
No es con fórmulas de “justicia transaccional por impunidad”, al servicio de terroristas victimarios, narcotraficantes y corruptos de diversos pelambres, las que van a lograr la paz en Colombia.
No es destripando ni borrando voces de oposición que se logra comunidad de propósito como país y comunión de sentido como nación.
No es petrificados ni abelotardados como se va a reconducir al país por senderos de sostenibilidad económica, social, ambiental, digital, energética y alimentaria.
Son los “pequeños gigantes”, a quienes llamo así con respeto y cariño, y en contraste con aquellos que los califican de residuales, enanitos o de blanquitos riquitos, los protagonistas llamados a salvar la democracia.
Es clave que sigan construyendo puentes y confianzas entre ellos; pequeñas buenas voluntades incuban fuerzas poderosas para el cambio.
No hay que renunciar a una Gran Consulta Democrática, por el Bien Común y contra el populismo, en la que participen partidos y grupos significativos de ciudadanos, con candidatos y candidatas de altas calidades personales y profesionales, para que sea a puro voto limpio, que el constituyente primario dé un mandato sólido a quien, desde la Presidencia de la República, emprenda la reconstrucción de un país descuadernado.
Esto no se resuelve con encuestas fast-track, que someten a un rol pasivo al ciudadano constituyente primario.
No podemos dejar que los vacíos de la democracia se llenen con populismos, unos ya conocidos y otros de insospechadas consecuencias.
Más y mejor democracia es el camino conducente para refrescar la recalentada institucionalidad democrática en Colombia.
De los sectarismos petrificados o abelotardados, ninguno. Colombia puede y hay con quien.
Un paso en falso y, en las próximas décadas, criminales como Pablo Escobar, Carlos Pizarro o Manuel Marulanda podrían convertirse en los nuevos “héroes” de una Colombia delincuencial. Ojalá el país comprenda la magnitud del desafío
Es un recordatorio: Colombia también se ha construido desde la confianza, desde el ahorro, desde el servicio y desde la decisión de creer en la gente cuando más lo necesita. Eso fue Conavi